El cura predica ¿pero lo aplica?
Acudo a la sabiduría popular para tratar de procesar lo que en el mundo de los influenciadores, escritores, validadores, coaches y speakers es calificado por sus seguidores como la coherencia entre el ser y el hacer.
Escucho con frecuencia comentarios como es que x persona es súper tesa en su tema, lo domina, maneja la teoría, impacta la vida de cientos de personas con su discurso, lo tiene todo súper claro en su cabeza pero no logra bajar esa información a su corazón y a su sentir y es ahí justo en esa parte del proceso donde se da la ruptura entre el ser y el hacer.
Cuando no existe esa armonía entre la mente, el cuerpo y el espíritu, es donde el discurso no denota un estilo de vida coherente, cuando hay ruido o disonancia en el actuar surge a veces hasta de manera inconsciente en muchas de estas personas una especie de avatar que les permite emitir un mensaje contundente, aún cuando en su mundo personal se practique todo lo contrario.
“Dime de qué hablas y te diré de qué adoleces” parece ser la razón de fondo por la que muchas personas deciden lanzarse a generar contenido -desde la teoría- , pero pocos a aplicarlo de manera decidida a su vida cotidiana porque creen que ya desde el concepto están generando un aprendizaje interior. Tal parece que el ego se impone y crece como espuma de manera directamente proporcional al crecimiento del número de seguidores, contrataciones y el éxito del proyecto que enceguece al coach.
Lo cierto es que somos seres relacionales y sociales no solo en la virtualidad sino en la vida misma. Fuera del escenario, del papel o la pantalla interactúamos con compañeros de trabajo, coworkers, clientes, empleados, hijos, pareja y vecinos que nos observan de manera detallada en cada una de nuestras interacciones y califican de manera silenciosa nuestra coherencia. Lo anterior, sin contar con que existe un juez interior que “debería” más que azotarnos…invitarnos a cerrar la brecha.
¿Cuántos escándalos no se han dado porque la “reconocida animalista” fue vista luciendo prendas de cuero animal o comiendo de manera voraz uno de estos?, “Que una cosa dicen frente a la cámara y otra hacen detrás de ella”, se comenta.
Cuando hablo con empresas sobre cómo comunicar la sostenibilidad siempre les digo: nadie es perfecto, ninguna empresa lo es, la clave está en comunicar con transparencia nuestro proceso. Indicar que somos humanos, que estamos en constante aprendizaje y que lo vamos a lograr. Para mi es mucho más valiente y poderoso reconocerlo que querer aparentar ser empresas o personas sostenibles a punta de malas prácticas como el green washing. Es así que cuando escucho comentarios sobre un influenciador donde se teje la duda sobre su “back stage”, no logro dejar de pensar en lo simple que es reconocernos como humanos y sincerarnos con nuestras audiencias, entender lo simple que podría ser bajar de la cabeza al corazón todo ese conocimiento transformador, que no solo debe cambiar lo que hay afuera sino que en realidad logre transformar desde adentro.
Los feligreses y la sabiduría popular bien lo expresan mediante la frase “el cura predica pero no aplica”.
Desde ahí surge mi reflexión personal respecto a la sostenibilidad.
Hoy en día todos hablan del cuidado del planeta y la sociedad y eso es fascinante, pero poco se habla de lo que debe existir antes de una serie de acciones llamadas buenas prácticas sostenibles y es el cómo me gestiono yo como ser humano para sostenerme y como consecuencia sostener al planeta. Cómo logro entender que soy un humano que aún no tengo un estilo de vida 100% sostenible -porque entre otras esto no es posible bajo nuestro actual sistema económico-, pero que desde mí conocimiento del tema logre comunicarlo a una serie de seguidores de manera responsable y transparente, sin máscaras que luego se caen por su propio peso tras bambalinas.
Y para finalizar, como lo mencionó Santiago Molano esta semana en una de sus reflexiones comencemos a seguir y a creer en la “gente simple de mirada limpia”.