Analistas 22/10/2023

Israel-palestina, la compasión y el perdón

En sus “Apuntes”, se pregunta Elías Canetti, extraordinario pensador sefardí de origen Búlgaro y ancestros españoles, si “¿puede haber compasión para con todo, con un Stalin, con un Hitler? ¿Puede lo más maravilloso, la compasión, ser contagiado por la escoria de semejante empecinamiento?” Cada uno ha de optar por hallar su respuesta y ha de completar así la surgencia inquisitiva de un intelecto admirable y reflexivo. La respuesta puede poner al que acepte el juego en un brete, pero al menos aceptará una invitación a la reflexión trascendente. Uno ha de argüir de forma libre, sincera, nada hipócrita ni cínica, si lo prefiere en voz baja, pero no es de valientes eludir el compromiso de optar por la desimplicación, la ambigüedad, u obviar una conclusión. Yo hago una reflexión, antes de comprometer mi respuesta, y añado un nuevo interrogante: ¿es lícito -sensato, inteligente, prudente- replicar con un acto terrorista a otro acto terrorista? Es adecuado, contestar con más violencia sin escrúpulos, sin límite, a la crueldad inexcrupulosa?

Ahora sí respondo a Canetti, en el caso de Stalin y de Hitler, y de tantos otros, yo no puedo ser compasivo, condeno sin paliativos a los dos más sanguinarios sátrapas asesinos que ha conocido la Historia. Lo siento, creo en la Justicia pero no puedo ser indulgente con los asesinos en masa. Es más, no quiero ser mínimamente caritativo, humanitario, misericordioso, sensible, benigno, bondadoso, bueno, piadoso o fraternal con los terroristas, sea cual fuere su ideología -incluida la religión-, sexo, raza o lugar de origen; sea cual sea su disfraz -movimiento libertario, Gobierno, etc.-. No seré clemente, ni ahora ni nunca, ni sentiré jamás pena, ternura o identificación con el mal, y menos contra quienes actúan contra seres humanos inocentes en favor de cualesquier interés.

Hace más de dos mil años, en el Mahábharata, ese extenso, hermoso y profundo texto épico-mitológico de la India, reflejado en todo el pensamiento racional posterior, se proclamaba ya que “la conservación de la especie se debe a que el ser humano sabe perdonar.” La religión católica en la que fui bautizado, base de la cultura occidental y de la propia Europa, me invita a hacerlo. Mi propensión cultural y, quizás la natural, me lo exige de forma permanente.

Si viviese mi amiga Nélida Piñón, la que me explicó la africana filosofía de la otredad, tan sencilla como entender que el otro existe, me recordaría sin duda a su amado y referencial Machado de Assis, para evocar las sabias palabras del eminente brasileño: “no levantes la espada sobre la cabeza de quien te ha pedido perdón.” En cierto, vengándose, uno se iguala a su rival, máxime si mata a inocentes. Solo buscando soluciones es como uno se muestra superior a su rival.

En Israel, en Palestina, en Ucrania, en Rusia, en Afganistán, en Siria, en Yemen.. se ha privado a muchos seres humanos de la posibilidad de perdonar a sus enemigos, solo sus doloridos y amenazados familiares, amigos, vecinos, compatriotas, podrán hacerlo por ellos. Pidánles justicia, pero no les pidan compasión, al menos entre las sangrantes heridas del ahora, con quienes han sustituido la Justicia por las bombas, el diálogo por las balas, la humanidad por la incomprensión fanática del otro.

Elias Canetti, que defendía que “la ética no es otra cosa que la reverencia por la vida”, pensaba que “ninguna religión o filosofía que no se base en el respeto por la vida no es una religión o una filosofía verdadera.” Las palabras y las respuestas pueden herir, pero no matan, la intolerancia y la incomprensión del otro, asesinan, y con cada muerto enterramos la esperanza en un futuro mejor, él único recurso sensato que nos queda como especie llamada racional.

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