La desgracia del pragmatismo moral, Parte 2
El miércoles pasado fue el aniversario número 40 del deceso de mi abuelo paterno, el Dr. Jorge Bernal Tirado. El ejemplo de mi abuelo ha sido algo que siempre ha marcado mi vida. Mi tío Miguel, padrino de confirmación, siempre dice que el abuelo Jorge nació en el país equivocado. El abuelo Jorge manejaba a 20 kilómetros por hora para maximizar la seguridad de los pasajeros, se vestía de corbata hasta los domingos, y jamás llegó tarde a una cita. Me cuenta mi tío que mi abuelo Jorge tenía una regla de vida muy sencilla: para llegar a tiempo, hay que salir a tiempo.
El abuelo Jorge fue uno de los pioneros de la cardiología en Colombia. La universidad se la pagó por sus propios medios, y me contaba mi padre, Qepd, que para pagar el valor de la matrícula del primer semestre la familia tuvo que empeñar hasta la vajilla. El abuelo, luego de terminar la carrera con calificaciones perfectas en la Universidad Nacional, consiguió una beca para irse a México a hacer su especialización. Fue tan exitoso, que años más tarde fue nombrado médico de cabecera de la Casa de Nariño durante la presidencia de Laureano Gómez. El abuelo Jorge jamás tomó un atajo. Era muy estricto con sus hijos y sus responsabilidades como estudiantes y como personas. Les brindó educación, amor, y ejemplo, y todos son, o fueron, ya que mi padre ya no está con nosotros, excelentes personas en sus respectivas carreras.
Reescribo esta columna, porque considero que si mi abuelo viviera hoy en día se moriría de la tristeza de ver lo que está pasando en su país. Se moriría de la tristeza de ver el “pragmatismo moral” que estamos viviendo. Colapsaría al leer que el comisionado de paz de Petro le “agradece” el gesto a los narcoterroristas del ELN de aceptar que ejecutaron a colombianos de bien. Se moriría de la tristeza de ver que Petro nombra de gestor de paz al asesino de lesa humanidad que era el responsable de mantener a Ingrid Betancourt amarrada a un árbol en la selva en nombre de la “revolución”.
Quizás es porque ya estoy cercano a los 50 años que me molesta tanto esa patética necesidad de este gobierno de ver cómo diablos le limpia el prontuario a los criminales para lograr su famosa “paz total”. Todos los colombianos queremos que Colombia viva en paz, pero no podemos aceptar que la “paz” ahora implique que los buenos, como mi abuelo Jorge, sus hijos y nietos, seamos los malos del paseo, y que los vándalos que destruyeron a Bogotá durante el estallido social ahora vayan a recibir un millón de pesos mensual para que “así no tengan que delinquir”, o que los jefes del narcotráfico que hoy están presos en la Picota estén a punto de quedar libres en nombre de lograr la “paz total”. Es obligación de la gente decente del país ponerle límite a esta barbaridad que estamos viviendo, porque no falta el niño incauto de 20 años que de verdad comienza a pensar que la “paz total”, que no es nada diferente a la impunidad total, es el camino lógico para lograr tener un mejor país.
Colombia necesita más personas como Jorge Bernal Tirado. Personas hechas a pulso que jamás tomaron un atajo. La ilegalidad no puede convertirse en un camino aceptable en la vida. En serio la cosa NO es tan difícil de entender. Lo realmente patético es que sea necesario escribir esta columna, por segunda vez en apenas cinco años.