La Ley de las Consecuencias
La semana pasada el exministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, trinó lo siguiente en X: “Quedé desconcertado al oír al MinHacienda que la meta es producir 1 millón de barriles de petróleo por día. El gobierno lleva dos años diciendo todo lo contrario. Producir no es cuestión de abrir un grifo. Se requiere inversión, mantenimiento, actividad exploratoria”.
Siento el mismo desconcierto. Por ejemplo, a mí NO se me olvidan las palabras de Petro ante la asamblea general de la ONU, donde se atrevió a decir que el petróleo era peor que la cocaína. Tampoco se me olvidan las palabras de la exministra Irene Vélez proponiéndole a Colombia que viviéramos en “decrecimiento” para así “salvar el planeta”.
Petro y sus áulicos son personas con poca capacidad de análisis que, desafortunadamente, son incapaces de entender que sus mensajes tienen consecuencias. En el caso de la industria petrolera, por ejemplo, las palabras de Bonilla se quedarán en el viento.
Colombia NO logrará producir un millón de barriles diarios. ¿Por qué? Porque el capital no le va a apostar al país mientras Petro sea presidente. Esta deprimente historia me hizo recordar la promesa que tengo conmigo mismo de publicar una vez al año este cuento que explica la relevancia del capital para una economía.
Economía de bar: supongamos que todos los días 10 individuos se reúnen a tomar cerveza en un bar, y que la cuenta del consumo diario es de US$100. Si estos individuos decidieran pagar la cuenta de la misma forma como se pagan los impuestos en el hemisferio occidental, la fórmula de pago sería la siguiente: los primero cuatro individuos no pagarían nada por la cerveza que consumen, el quinto hombre pagaría US$1, el sexto pagaría US$3, el séptimo pagaría US$7, el octavo pagaría US$12, el noveno pagaría US$18, y el décimo pagaría US$59.
Un día, el dueño del bar les dice a sus comensales: “como ustedes son tan buenos clientes, he decidido que les voy a reducir la cuenta de US$100 a US$80”. El grupo agradece el gesto, y decide que el ahorro se debe distribuir en forma equitativa entre los que pagan la cuenta. Sin embargo, el grupo cae en cuenta de que si se dividen los US$20 entre seis, se le estaría pagando por tomar cerveza al quinto y al sexto individuo del grupo (US$20 dividido entre seis da US$3,33).
El dueño del bar, viendo la clara inconsistencia aritmética, aconseja lo siguiente: “¿Por qué no más bien dividen los ahorros en la misma proporción del pago?”. El pago queda entonces de la siguiente forma: ahora los primeros cinco miembros del grupo no pagan nada (antes eran cuatro), el sexto individuo ahora paga US$2 en vez de US$3 (implica 33% de ahorro), el séptimo paga US$5 en vez de US$7 (28% de ahorro), el octavo paga US$9 en vez de US$12 (25% de ahorro), el noveno paga US$14 en vez de US$18 (22% de ahorro), y el décimo, el más rico, paga US$49 en vez de pagar US$59 (16% de ahorro). El arreglo parece justo, pues todos los miembros del grupo ahorraron dinero.
Sin embargo, al final de la noche, el sexto miembro del grupo ya alicorado dice exaltado: “¡Un momentico, yo solo me ahorré US$1 en el pago, mientras que este cerdo capitalista se ahorró US$10!” El octavo individuo entonces dice, “¡es cierto! ¡Yo me ahorré solo US$3! ¡Los ricos siempre se salen con la suya!”.
Acto seguido los nueve individuos rodean al décimo individuo, el rico, y lo agarran a patadas. Al día siguiente solo llegaron nueve individuos a tomar cerveza, pues el décimo, el más rico, quedó mal herido después de la golpiza. Cuando el dueño del bar se apareció con la cuenta de US$80, los nueve individuos se dieron cuenta de que no tenían cómo pagarla.