Esta semana la Organización Mundial de la Salud decretó al agotamiento como una enfermedad, reconociendo así que se trata de una condición corriente y propia de la modernidad en la cual vivimos, y que a veces se puede convertir en una epidemia. De hecho, el agotamiento es una condición causada al sentirnos abrumados, al estar emocionalmente drenados y por la incapacidad de satisfacer demandas y expectativas. Muchas veces el agotamiento es el resultado de un incremento de responsabilidades en el trabajo, de cambios profundos en la vida de una organización, la presión constante de la tecnología y de otros aspectos de la vida moderna. En una palabra, el agotamiento es el síntoma de un estado de sufrimiento de alguien que vive en una constante condición de “lucha o huida”; es una respuesta traumática a una condición de vida y de trabajo.
Tradicionalmente, el remedio que se prescribe para el agotamiento es más amor propio y el fortalecimiento de la resiliencia. No hay duda de que dedicar más tiempo a sí mismos, a cultivar amistades y pasatiempos, a practicar deportes contribuyen a recuperar energías desgastadas y a mitigar los efectos del agotamiento.
Hoy, además, las prácticas de mindfulness se han puesto de moda, y con razón. De hecho, la neurociencia confirma los beneficios que tiene para la salud de nuestro cerebro la práctica de una respiración consciente. Quienes practicamos la meditación sabemos que nos hace menos reactivos, que nos permite liberarnos de la tiranía de la amígdala. Facilita el acceso a las partes del cerebro que se encargan de la intuición, la resolución de problemas, la creatividad, la conexión, y hasta la compasión. Definitivamente, la practica constante de la respiración consciente ayuda a pasar de una condición permanente de estrés a una condición de calma interior, que es el estado mental más apropiado para enfrentar los desafíos que nos pone la vida.
Mientras que todas estas son prácticas necesarias para contener el agotamiento, mi experiencia como coach ejecutivo sugiere que no son suficientes. Es decir, si el agotamiento es una experiencia constante se necesita mucho más que rituales de amor proprio. De hecho, no se puede curar una infección severa con solo una aspirina. Por eso, si el agotamiento es una realidad permanente y compartida en una organización, lo que hay que revisar son también los valores y las creencias que permean una cultura organizacional; o sea valores y creencias alrededor de las condiciones para lograr el éxito, la productividad y el rendimiento.
Hay que revisar los modelos de gerencia y hay que explorar cuales son los miedos que pueden afectar la experiencia laboral. Sobre todo, hay que trabajar para lograr más coherencia entre un propósito superior, la identidad organizacional, los criterios para la toma de decisiones y los comportamientos. Hay que preguntarse: si el agotamiento es un colapso de energía, ¿cómo reestablecer y aumentar la energía de una organización en su conjunto?