Martha Graham era una gran coreógrafa y lideraba una prestigiosa escuela de danza contemporánea en Nueva York. Un día, una alumna le escribió una carta porque quería saber de su mentora como podía ser la mejor. La maestra Graham le impartió la lección más importante de su vida con estas palabras, “hay una vitalidad, una fuerza de vida, una aceleración que se traduce en acción a través de ti, y como siempre y en todo momento solo la hay en ti, esta expresión es única. Si la bloqueas, nunca se manifestará por ningún otro medio y se perderá. El mundo no lo tendrá. No depende de ti determinar lo buena que es, o si es mejor o peor que otras expresiones. Tu tarea es mantener el canal abierto”.
Mantener el canal abierto en tiempos de incertidumbre, de cambios disruptivos y exponenciales, es quizás la actitud fundamental por cultivar. De hecho, muchas veces, cuando tenemos la impresión de perder el control sobre nuestras circunstancias externas, nos endurecemos a tal punto que creamos un bloque neuromuscular, que no deja que nuestras ideas y acciones fluyan. En otras palabras, sobrecargamos el sistema límbico de nuestro cerebro, cuya función es ayudarnos a huir o a luchar cuando nos encontramos en momentos de peligro, pero no de ser creativos, intuitivos y de resolver problemas.
Como consecuencia de nuestro endurecimiento, experimentamos mayores niveles de estrés, que pueden llevarnos al agotamiento. Dicho de otra manera, no son las circunstancias externas las que causan nuestro estrés, sino el significado que nuestra mente les da. La buena noticia es que, si es verdad que no podemos controlar las circunstancias en las cuales vivimos, lo que sí podemos hacer es controlar al cien por ciento nuestra mente; siempre y cuando la entrenemos.
Si observo mi experiencia de vida, al igual que la de centenares de clientes que he tenido en la última década, podría decir que muchos de los fracasos tienen raíz en la obstinación por querer controlar todo en la vida, en lugar de rendirse conscientemente a ella; es decir, en lugar de renunciar al dominio del ego y sus hábitos. Este es exactamente el experimento que ha conducido a lo largo de su vida el empresario y autor Michael Singer, quien después de un profundo despertar espiritual a los 20 años decidió no dejar que sus miedos y deseos personales guiaran su vida, sino simplemente entregarse a lo que la vida le deparaba.
Esta actitud lo llevó a crear su primera empresa, a pesar de que no tenía el dinero necesario, y finalmente lo llevó a los ápices de su éxito como empresario. “Estoy muy agradecido de que la rendición me haya enseñado a participar voluntariamente en el baile de la vida con una mente tranquila y un corazón abierto”, escribe Singer en su libro The Surrender Experiment. Cultivar la quietud de la mente es hoy una virtud necesaria también para el alto rendimiento empresarial.