La dictadura del relativismo
Vivimos un momento social con dos extremos muy confusos, en el que tal vez somos conscientes solo de uno, siendo el segundo tal vez el más peligroso. Como sociedad vemos claro el riesgo del populismo, pero es probable que no percibamos el daño que está causando la dictadura del relativismo.
El populismo es un cáncer que está poniendo en jaque a las democracias. Los populistas de izquierda y de derecha, en medio de su absolutismo y de la ciega certeza de sus propias posiciones, cuando escuchan una posición o idea contraria en lugar de discutir la idea, atacan a quien propone esa idea que les resulta abiertamente escandalosa. El populista no discute las ideas que no le gustan, sino que pugnazmente ataca a quien las propone, con el ánimo de deslegitimar a su interlocutor. Un populista, en realidad, no argumenta; cree siempre estar en lo correcto y su opositor siempre está equivocado. Este riesgo lo explican Levintzky & Ziblat en su reciente libro ‘How Democracies Die’.
Hay un segundo riesgo, igualmente peligroso, tal vez más difícil de detectar, que sorprendentemente la sociedad actual, en su ánimo de ser “polite”, ha empezado a aceptar, inconsciente de que cae en el mayor imperialismo cultural del mundo moderno. Me refiero a la sutil y dolorosa dictadura del relativismo.
El relativismo moral es la posición filosófica que niega la existencia de toda verdad absoluta. Un relativista afirma: “Todo es relativo”, o dice: “No existen verdades absolutas”. Si bien es importante ir con cautela por la vida sobre las propias certezas, es curioso que la mayor parte de la sociedad hoy haya renunciado a la búsqueda de la verdad, concluyendo que esta no existe. A un relativista es muy fácil mostrarle por qué está equivocado.
Si alguien afirma que “todo es relativo”, debería estar dispuesto a reconocer que su idea: “todo es relativo”, también podría ser relativa; es decir, podría ser falsa. Si alguien afirma: “No existen verdades absolutas”, debería darse cuenta de que lo afirma partiendo de una propuesta que ofrece como absoluta.
Lo sorprendente es que un relativista moral que niega toda verdad absoluta, reconoce como absoluta únicamente su idea. También es extraño que, para el relativista, ¡todo es relativo menos su idea! Si un relativista jugara limpio, aceptando las reglas que él mismo propone, tendría que reconocer que su postulado “todo es relativo”, bajo su lógica, podría ser falso. Así, sería conveniente preguntarle: ¿Por qué la única verdad absoluta que reconoce como válida es que “no existen verdades absolutas”?
Una sociedad que, con razón, rechaza todo imperialismo cultural y que se niega a ser adoctrinada, no puede aceptar acríticamente la dictadura del relativismo.
Es cierto que tener certezas es exigente y que quizá encontrar la verdad absoluta sea una tarea de toda la vida. Sin embargo, en el marco del profundo respeto a la libertad, que es un constituyente fundamental de la dignidad de la persona humana, tal vez sea momento de empezar a dialogar.
Debemos perder el miedo a la diferencia y a ofrecer nuestras ideas, posiciones y convicciones. Compartir con los demás nuestras ideas es un acto de generosidad que debe ejercerse respetando la libertad de opinión y de conciencia de los demás.
Cuánto bien puede hacer a nuestra sociedad vivir con una actitud ética hacia la verdad; anhelarla, desearla, buscarla y al encontrarla, estar dispuestos a la discusión. Abrirse a la verdad es retador, pero, precisamente, la vida puede ser más enriquecedora si, como afirmaba el poeta Antonio Machado, vamos juntos en búsqueda de la verdad, con la valentía de encontrar que probablemente somos nosotros quienes estamos equivocados.