Y al final… ¿qué es la ética?
En Occidente existen al menos tres corrientes éticas cuya aplicación también abarca el ámbito empresarial y de los negocios: la utilitarista, la deontólogica y la ética de las virtudes. Cada una de ellas, a su manera, busca el bien propio y de los demás, esencia de la ética misma.
Sin embargo, es necesario ir más allá; preguntarse si la ética que se está viviendo, de manera personal y en la empresa, responde a una difícil pregunta: ¿me conformo con elegir el bien cuando la otra opción es el mal?, o, en otras palabras: ¿mi ética cumple con los mínimos o me esmero a alcanzar los máximos?
Si lo ético fuese no hacer lo que está mal, nadie reprocharía a un transeúnte desprevenido en un parque, por ejemplo, que ve a la distancia a un perro que se ahoga y a pesar de poder actuar decide no hacerlo. Es claro que si esa persona decide no intervenir no estaría “haciendo un mal”, ¿pero en realidad lo consideraríamos ético? Es claro es que cualquier persona valoraría a quien decidiese ayudar al perro, aunque no fuese su obligación, como una persona de mayor calidad moral.
Por lo anterior, ¿es realmente la ética un asunto de mínimos o consiste hacer todo el bien que se tiene a la mano? Por supuesto, la respuesta depende también de las circunstancias que rodean la acción. Sería, probablemente, una injusticia que, por ejemplo, un padre de familia decidiese poner en riesgo importante su vida por salvar a un perrito que se está ahogando. En cualquier caso, lo que este ejemplo permite ver es que efectivamente no siempre lo ético consiste en no causar daño a los demás, sino que hay situaciones que exigen hacer todo el bien que sea posible.
El ejemplo previo debe llevar a una profunda reflexión acerca del comportamiento, personal y directivo, pues además estos son indisolubles. Es probable que quien pueda salvar al perro y decida no hacerlo por apatía o comodidad, sea una persona que en cosas más grandes sea igual de laxo.
El ser humano es uno solo y si las acciones de un directivo en la empresa conllevan, por ejemplo, a pequeños o grandes actos de corrupción, no puede esperarse menos en el ámbito familiar. Si, por el contrario, aquel directivo se caracteriza por la permanente búsqueda de la justicia, con seguridad esta será una virtud propia de su carácter en la organización, con su familia o sus amigos.
Así, si el directivo con su ejemplo lleva a que se cumplan los mínimos en la organización como el pago puntual a los empleados y proveedores o el trato respetuoso como hábito, lo ideal es que cada día se plantee una nueva meta que apunte hacia los máximos. Saber escuchar, entender ciertos contextos que no son de fácil comprensión y, ante todo, darse y servir a los demás antes de pensar en ser servido puede ser un buen camino para empezar.
Al final, la ética también tiene que ver con el respeto hacia el otro a pesar de las diferencias. Consiste en ser capaz de conversar, entender las distintas posturas sobre una situación y a partir de ello entablar diálogo con la sociedad para verse a sí mismo y también cuestionarse la propia manera de vivir.
En conclusión, vale la pena cuestionarse si aquel que de manera consciente renuncia a procurar todo el bien que tiene a su alcance, está entrando en el terreno en el que indirectamente renuncia a ser ético, lo cual aplica para todos los ámbitos de la vida.