A mediados de 2020, cuando nos encontrábamos en lo peor de los confinamientos para desacelerar la propagación del covid-19, empezamos a registrar cifras de actividad económica negativas como consecuencia de dichos encierros que pararon la economía. En el afán de evitar una prolongación de la recesión, muchos países del mundo usaron la misma receta: apretar el acelerador a fondo en materia de estímulo monetario y fiscal.
Por ejemplo, en el caso colombiano, el gobierno llevó el déficit fiscal a cerca de 8% del PIB incluyendo subsidios a los más golpeados. Además, el Banco de la República redujo a niveles históricamente bajos su tasa de interés de referencia (1,75%) buscando abaratar la disponibilidad de crédito para hogares y empresas.
Los resultados fueron una recuperación significativa en casi todos los países. Una vez más, en Colombia, luego de la contracción de 2020 (-7,7%), el PIB se expandió a 10,6% real en 2021 y crecería cerca de 8% en 2022.
No obstante, mantener el acelerador tan apretado durante casi dos años, ha generado excesos de demanda que ahora se manifiestan en niveles crecientes de inflación a nivel mundial.
Si bien la inflación inició su senda ascendente hace más de un año por presiones de oferta derivadas del desbarajuste de la cadena logística global por los confinamientos y el posterior conflicto en Ucrania, hoy las presiones de demanda siguen llevando al alza este indicador. En Colombia, por ejemplo, en los meses recientes es claro que los excesos de demanda, representados en niveles de ventas por encima de lo que potencialmente es deseable, están contribuyendo a mantener la inflación alta. Nuestra estructura económica actual no resiste tener el consumo privado creciendo por encima del 8% real dos años seguidos sin que se presionen al alza los precios.
Ante ello, como en el resto del mundo, la respuesta ha sido aflojar el acelerador. El Gobierno Nacional tendrá que hacer un ajuste importante en sus cuentas fiscales en los próximos años y la aprobación de la reforma tributaria (más allá del debate sobre su contenido) puede ser una buena señal si se ahorra en un monto importante, pues evita que el Emisor tenga que sobreactuar. Este ya ha llevado sus tasas de referencia a 11% luego de sucesivas alzas desde octubre de 2021, mandando señales de inevitable desaceleración.
Por ello, el ciudadano común debe empezar a afrontar que es hora del ajuste. Nos espera un 2023 con desaceleración económica, presiones sobre el mercado laboral y menores niveles de crédito. Es el momento de moderar las expectativas de gasto y pensar en ahorrar para el futuro.
Y, para las autoridades, es el momento de no equivocarse. En medio de la turbulencia de los mercados y la creciente prima de riesgo del país, que ha elevado el costo de financiamiento, el Gobierno tendrá que ceñir sus actuaciones a cumplir la regla fiscal, reducir los subsidios a quienes no lo necesitan (por ejemplo, subiendo el precio de la gasolina), y garantizar estabilidad en sectores clave para la generación de ingresos (como el minero-energético). Finalmente, el Banco de la República deberá, como ha sido usual, seguir tomando decisiones técnicas que garanticen su función antiinflacionaria y mantengan su independencia, más allá de los consensos.
Esta es la forma de buscar un “aterrizaje suave” y no un “totazo de barriga” que traiga afectaciones de bienestar a muchos hogares en el país.