La movilidad se ha vuelto unos de los temas más preocupantes para los habitantes de las principales ciudades del país. Por ejemplo, en Bogotá, aparecen recurrentemente fotos de los trancones de la autopista norte hasta Chía, donde quedan atrapados miles de niños en sus buses escolares. Esto se refleja en los bajos niveles de satisfacción de las personas con respecto a su movilidad, pues según la encuesta “Bogotá, Cómo Vamos” solo 35% se encuentra satisfecho con su medio de transporte.
Un análisis microeconómico de este tema muestra que aquí hay tanto problemas de oferta como de demanda. En este caso, la oferta la representa la disposición de vías urbanas y la demanda es el uso efectivo de esas vías por parte del transporte público y privado de las ciudades. Esto se equilibra con un precio de uso de esta infraestructura, que cuando es alto refleja el mayor sacrificio, en tiempo y bienestar, que debe hacerse para transitar por las vías (una mayor congestión), y cuando es bajo genera incentivos para que haya un mayor uso de estas.
Los problemas de oferta se derivan del bajo nivel de vías disponibles en las principales ciudades del país, evidente ante el incremento permanente del parque automotor y la expansión de los hogares hacia las periferias, lo que eleva el precio de uso de dichas vías. El caso del sur de Cali es un ejemplo de esto, pues pese al creciente número de habitantes viviendo en esta zona, la infraestructura vial sigue siendo casi la misma que hace 20 años.
Por el lado de la demanda, encontramos un exceso de uso de las vías existentes por el transporte público y privado, que eleva el precio de dicho uso (mayor congestión) y ha obligado a los gobiernos a tomar medidas restrictivas, como el Pico y Placa, para reducir dicho exceso. Esto, a pesar de críticas de ciertos sectores que argumentan que este tipo de medidas promueven es la compra de más vehículos, congestionando más las vías.
Ante esto, las soluciones parecieran venir de una combinación de políticas públicas de oferta y demanda que equilibren un precio razonable de mercado donde no haya excesos de demanda elevados, pero tampoco incentivos a adquirir más vehículos que vuelven y elevan la congestión, como sucede en algunos casos internacionales (las autopistas de California, por ejemplo).
Por ello, es indispensable incrementar la oferta de infraestructura vial urbana, complementándola para vehículos, motos y bicicletas (no sustituyendo una por otra), pero también es importante desincentivar la demanda a través de mejorar los esquemas de transporte masivo existentes en las ciudades buscando que sean seguros, limpios y confiables. Financieramente es clave trabajar en Asociaciones Público-Privadas (APP) para los proyectos de transporte masivo y el desatraso de las vías, para evitar gastarse la plata que debería ir a la política social, sumando lo que pueda recaudarse con mecanismos exitosos en otras latitudes, y que también desincentivan la demanda, como los cargos por congestión (el caso de Londres) y los peajes en vías rápidas (el caso de Chile).
Finalmente, no puede olvidarse lo más importante, son necesarias soluciones estructurales al desorden de esta jungla urbana, con POT concertados con todos los actores, y una urbanización planeada y ordenada que garantice expansiones sostenibles ambientalmente y con adecuadas soluciones de movilidad para las personas.