El Producto Interno Bruto (PIB) per cápita es una medida del ingreso promedio de cada ciudadano de una nación, que resulta de dividir el ingreso total generado por la producción de bienes finales y la prestación de servicios de los diferentes sectores económicos de un país en un periodo de tiempo sobre su población total. Su crecimiento determina el grado de progreso económico.
Aunque este promedio esconde heterogeneidades (regionales, de género, de edad), permite mostrar el rumbo de una economía. Por ejemplo, el PIB per cápita de Colombia en 1980 era de US$2.800; en 2019 fue de US$15.500, evidenciando un gran progreso económico en los últimos cuarenta años. Esto sucedió gracias a un crecimiento promedio per cápita cercano al 2.5% -3% real.
Esto ilustra una de las frases más recordadas de Andrés López en su famosa “Pelota de Letras”: Los nietos se creen de mejor estrato social que sus padres y que sus abuelos. Y es que las cifras muestran que en realidad lo son.
Sin embargo, este progreso es inferior al de otros países.
Mientras Colombia duplicó su ingreso per cápita cada 28 años en las últimas décadas, en el caso latinoamericano, Chile tuvo crecimientos cercanos al 4%-5% real entre 1980 y 2010, lo que le permitió elevar su PIB per cápita de US$3.400 a US$26.300, duplicándolo cada 14-17 años. Perú transitó, antes de la Covid-19, una senda similar. Por su parte, China lo ha logrado llevar de US$310 en 1980 a US$19.500 en 2019, duplicándolo cada 9 años.
Si queremos recuperar la década que vamos a perder como consecuencia de la emergencia sanitaria y, al mismo tiempo, elevar la velocidad del progreso económico, debemos volver a crecer, pero a tasas per cápita más cercanas al 4%. Esto permitirá que, una generación vea duplicado su ingreso hasta tres veces, en vez de las 1 o 2 que ha sido nuestro promedio histórico.
Para lograrlo, en el corto plazo hay que trabajar en medidas que impulsen sectores clave como la construcción de edificaciones y obras civiles. Este sector tiene dos efectos muy positivos: genera empleo para la mano de obra no calificada y tiene encadenamientos productivos con varios sectores de industria y comercio.
En el mediano plazo, es necesario avanzar en reformas estructurales que desaten los nudos del crecimiento. Dentro de estas reformas, en temas ya sobrediagnosticados en Colombia, sobresalen: profundizar la competencia de los mercados (elevar la apertura de la economía), reducir las barreras que frenan la competitividad (una reforma que agilice la justicia y legislación sobre consultas previas), abaratar el costo del trabajo para fomentar la formalidad (la muy famosa reforma laboral) y conseguir los recursos para poder hacer la provisión de bienes públicos necesarios en un contexto de mayor progresividad del gasto público (las reformas pensional y tributaria).
Aunque algunos, copiando modelos fallidos, preferirían que arrancáramos esta etapa pos-covid-19 redistribuyendo ingresos, la realidad es que primero tenemos que generarlos. Para eso, es necesario volver a crecer por lo menos al 4% real per cápita. Tomar la firme decisión de implementar las reformas estructurales mencionadas ayudaría en ese propósito, haría sostenible el crecimiento y, sobre todo: dispersaría los beneficios económicos de nuestro modelo a lo largo y ancho del país.