Analistas 19/02/2022

¿Cómo reaccionar ante la diferencia?

Alfonso Aza Jácome
Profesor de Inalde Business School

En el día a día aparecen un sinnúmero de pequeñas contrariedades que pueden ser difíciles de sobrellevar. Son solo detalles, a veces, sin importancia: un retraso, el clima, una llamada inoportuna, un roce con otro vehículo, entre otros. Sin embargo, nos cuesta aceptar estas situaciones cuando provienen de “alguien” en particular; a diferencia de las contrariedades producidas por “algo”. Por ejemplo, es más fácil enfadarse por el retraso ocasionado por mi pareja al pasar demasiado tiempo arreglándose para salir, que por perder una cita debido al reventón de una rueda del carro. En los disgustos motivados por las personas entra en juego la libertad y nos consta que las cosas podían haber sido distintas si ese “alguien” hubiera actuado de otra manera. Por eso, es lógico enfadarse con una persona por los problemas que nos origina; mientras que no es razonable enfadarse con las circunstancias impersonales como el clima o un neumático.

Tal vez, vale la pena considerar que en los sufrimientos que nos producen los demás no hay por qué ver sistemáticamente mala voluntad de su parte, tal y como nos inclinamos a pensar. Cuando surgen problemas entre dos personas, es frecuente que ambas se apresuren a hacer valoraciones la una de la otra, pero, en realidad, lo que hay de fondo no son más que malentendidos o dificultades de comunicación. Debido a nuestras distintas formas de expresarnos y a nuestros filtros psicológicos, a veces percibimos erróneamente las auténticas intenciones o motivaciones de los demás.

Todos tenemos caracteres bien diferenciados, maneras de ver las cosas opuestas y sensibilidades diversas. Este es un hecho que hay que reconocer con realismo y aceptar con humor. A algunos les encanta el orden y el menor síntoma de desorden crea en ellos inseguridad. Hay otros que en un contexto excesivamente cuadriculado enseguida se asfixian. Todos padecemos una fuerte tendencia a alabar lo que nos gusta y encaja en nuestro temperamento, y a criticar lo que no nos agrada.

Y, si no se tiene todo esto en cuenta, nuestro hogar, los sitios de trabajo o la calle correrán el riesgo de convertirse en permanentes campos de batalla entre los defensores de un modo de ser y los del otro. De ahí, la necesidad de educar para aceptar a los demás como son, para comprender que su sensibilidad y los valores que los sustentan no son idénticos a los nuestros; para ensanchar y educar nuestro corazón y nuestros pensamientos en consideración hacia los otros.

Esta es una tarea complicada que nos obliga a relativizar nuestra inteligencia, a saber renunciar a ese “orgullo de tener razón”, que tan a menudo nos impide sintonizar con los demás. Y esta renuncia que a veces significa no darnos demasiada importancia a nosotros mismos, por lo general, nos cuesta terriblemente.

En realidad, al abrirse a la diferencia no tenemos nada que perder y sí mucho que ganar. Cuando nos decidimos a escuchar de manera genuina nos damos cuenta de que es una suerte la manera diferente de ver las cosas de los demás, pues así tendremos ocasión de salir de nuestra estrechez de miras para abrirnos a otras cualidades y aprender de los que ven el mundo desde otra perspectiva. No es el momento de enfadarse, es la ocasión de descubrir los beneficios de la diferencia. Es el momento de cambiar de enfoque e intentar ver lo que nunca hemos visto.

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disgustos - temperamento - inteligencia