Perder el tiempo y recuperar la memoria
Alguien me recordó, no hace mucho, un cuadro de Salvador Dalí que muestra varios relojes derritiéndose ante un paisaje costero. Esos relojes, como si fueran organismos vivos que se consumen, representan el tiempo. Viven y sienten, pero, poco a poco, se deshacen y desaparecen, y es imposible hacerlos regresar. Cada reloj muestra una hora diferente para recordarnos que el tiempo es relativo e impreciso. Depende de quien lo esté viviendo: fluye rápidamente en medio de la emoción y la intensidad o se detiene con el sopor y el aburrimiento. Hay, además, un reloj apoyado en una mesa y colocado del revés, en el que la hora no es visible, como si el paso del tiempo no importara. A diferencia de los otros tres, no se derrite, es sólido y se mantiene en su posición.
Pareciera que para Dalí existen dos maneras de medir el tiempo: una para lo efímero y pasajero representada por los relojes blandos y delicuescentes y otra para lo duradero y perdurable simbolizada por el fondo del cuadro con el mar Mediterráneo, el acantilado y el amanecer del cielo.
Hoy todavía continuamos inmersos en el encierro por la pandemia, pero además siguen los afanes de la vida cotidiana con todas sus circunstancias y fatigas. Mientras tanto, nuestra vida transcurre casi sin darnos cuenta... Es un tiempo que se escurre como el agua entre los dedos de las manos. Quizá, solo aparentamos hacer que hacemos, esperando la vuelta a la normalidad. Es una vida que no dejará casi ningún rastro a nuestro paso porque el día que termine nadie la volverá a ver. Es una vida infructuosa. Y, como dice el refrán, “tiempo tuviste: no culpes al tiempo, sino a ti que lo perdiste”.
Es verdad que el tiempo es oro y por eso debemos sacarle todo el provecho. No se trata de “esconderlo debajo del colchón” como si se tratara de dinero que nos pudieran robar. ¡Todo lo contrario!, hay que arriesgarse e invertirlo para que no pierda su valor y produzca beneficios. Así lo decía el poeta latino Horacio “carpe diem”, que se podría traducir como aprovecha el momento porque el tiempo es corto. Es decir, hay que gastar la vida en algo que valga la pena. Algún día, cuando todo haya terminado nos preguntaremos: ¿en qué invertí el tiempo durante la cuarentena del coronavirus?
El año que pasó será difícil de olvidar. Con seguridad, lo recordaremos por el resto de nuestras vidas. Cuando emergen los momentos de la vida en los que todo parece que se estanca y desaparece la ilusión, conviene sacar a flote los recuerdos de aquello que nos hizo felices o incluso de aquello que nos doblegó. La memoria es una forma de marcar el paso del tiempo, interna y subjetiva. Recordar es fácil para el que tiene memoria y olvidar es difícil para quien tiene corazón. El tiempo de la memoria no es el mismo que el de un reloj común: un momento que ha sucedido hace mucho puede ser recordado como algo reciente, mientras que el día anterior puede dar la impresión de haber ocurrido mucho tiempo atrás. De esta manera, la memoria actúa como si fuera un estimulante que nos hace revivir momentos pasados que infunden nuevas energías para continuar, dando verdadero sentido a nuestra vida.
Por eso, no es casualidad que Dalí hubiese titulado su cuadro de los relojes “La persistencia de la memoria”.