Analistas 22/05/2021

¿Por qué odiamos el capitalismo?

Alfonso Aza Jácome
Profesor de Inalde Business School

Las representaciones culturales del capitalismo son casi todas negativas y, en muchos casos, caricaturescas. Los ejemplos abundan como el tipo del Monopoly con el sombrero de copa y el cigarro humeante; Rico McPato, el tacaño multimillonario de Disney que vive en una mansión llena de oro y billetes o el estrafalario y despilfarrador protagonista de la película “Lobo de Wall Street” (2014).

¿Por qué el capitalismo no es respetado por los intelectuales ni recibe el afecto de las masas? ¿Por qué el descontento social se expresa quemando oficinas de bancos y otras compañías? ¿Por qué tanta gente está en contra del empresariado?

El imaginario colectivo asume que los empresarios son codiciosos, egoístas, explotadores y que no merecen confianza. Además, muchas grandes compañías tienen una reputación terrible.

En lugar de considerarlos como lo que en realidad son, -los héroes de la historia-, el capitalismo y las empresas se suelen denigrar como si fueran los malos de la película y los críticos posmodernos los acusan de todos los males. Se describe al capitalismo como una explotación de los trabajadores y una estafa a los consumidores, como el causante de la desigualdad porque beneficia a los ricos y no a los pobres. Se acusa a los empresarios de estar motivados principalmente por la avaricia y el egoísmo. Mientras tanto, los tibios defensores del libre mercado explican que los empresarios “deben redimirse” haciendo filantropía, como si recibir beneficios fuera un abuso. Olvidan que antes han arriesgado el propio patrimonio, generado empleo directo e indirecto y pagado sus impuestos.

Muchos economistas concluyen que maximizar los beneficios es el único objetivo de las empresas y el único objetivo de los empresarios. Karl Marx atacó el capitalismo porque consideraba que esencialmente explotaba a los trabajadores.

Sin embargo, todas estas concepciones ignoran las motivaciones trascendentes que el libre mercado puede satisfacer potencialmente.

Steve Jobs no fundó Apple para convertirse en uno de los hombres más ricos del mundo. Vio el potencial que tenían los computadores para transformar nuestras vidas y creó unos equipos tan bien diseñados y útiles que todo el mundo quiere tener uno. Siguió su pasión y en el proceso, se convirtió en millonario: pero esto fue el resultado, no el objetivo ni el propósito. Por eso, es necesario cambiar el discurso y devolverlo a su verdadera esencia: el propósito de las empresas es mejorar nuestras vidas y crear valor para todos los implicados. Por supuesto, está involucrado el interés propio. Pero la genialidad del capitalismo, y solo del capitalismo, es que canaliza el interés propio hacia el interés ajeno. De esta forma, los emprendedores solo pueden ayudarse a sí mismos ayudando a los demás.

El comunismo intentó sacar a la gente de la pobreza a través de la coacción, pero acabó asesinando a millones de personas o conduciéndolos a la miseria como sucede actualmente en Venezuela. El capitalismo ha sacado a más personas de la pobreza que cualquier otra fuerza de la historia y lo ha hecho gracias al intercambio voluntario de bienes y servicios. Pero nos han hecho creer la falacia de que la riqueza se reparte como si fuera una torta que se agota y tiene un límite, cuando en realidad la prosperidad es todo lo contrario: si alguien gana todos nos beneficiamos con él.

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