Un buen jefe es… vulnerable
Recuerdo que hace varios años, al ser promovido a un cargo de cierta responsabilidad, cuando todavía no tenía mucha experiencia, mi jefe de aquella época me dijo con bastante seriedad: “solo confiaré en ti cuando te hayas equivocado”. En ese momento el consejo me dejó desconcertado y perplejo. Hoy sé que mi jefe tenía razón, pues la arrogancia es la peor ignorancia. Como decía Peter Drucker, nunca asciendas a alguien que crea que no se puede equivocar, porque un verdadero líder es aquella persona lo suficientemente humilde para admitir sus errores; para ser consciente de su vulnerabilidad.
Seguro que más de una vez te has sentido vulnerable porque te arriesgaste a hacer algo cuando no había garantías de éxito: por ejemplo, cuando invitas a alguien a salir por primera vez, cuando esperas con ansiedad los resultados de un examen médico importante o, simplemente, cuando reconoces tus propias carencias y pides ayuda a un colega en el trabajo para resolver algún problema. Este es el mundo en que vivimos: un mundo que nos muestra todos los días que somos vulnerables; que podemos fallar.
Una manera de enfrentar la vulnerabilidad, como explica Brené Brown, consiste en convertirse en un insensible ante los problemas que nos rodean, suprimiendo las emociones o enmascarando la angustia. Intentando mantener una apariencia de dureza, que no es más que la aspereza del alma. Porque no se puede insensibilizar lo malo de la vida sin anular también los sentimientos más humanos y auténticos, como la gratitud y la compasión. Por eso, cuando actuamos de esa forma, en el fondo nos sentimos miserables y fingimos que lo que hacemos no tiene un gran impacto sobre los demás.
Sin embargo, hay otras personas que tienen el coraje para enfrentar la vida. Son personas que asumen que son imperfectas y aceptan sin dolor o incomodidad su propia vulnerabilidad, que son conscientes de que no siempre se gana. Personas que saben reírse de sí mismas y permanecen optimistas también en situaciones complicadas. Personas que tienen la suficiente compasión para ser amables consigo mismas y, después, ser compasivas con los demás. Son personas auténticas y genuinas, capaces de renunciar a ser quienes deberían ser para ser sencillamente lo que son.
En realidad, los directivos no nos inspiran siendo perfectos, pues serían modelos imposibles de imitar; en cambio, nos inspiran en cómo lidian todos los días con sus defectos. Y ese es precisamente su mérito: personas auténticas y reales que luchan y se esfuerzan, que ganan y pierden, que aciertan y se equivocan. Y que cuando se equivocan son capaces de pedir perdón. Porque nadie incapaz de pedir perdón debería estar en un cargo directivo.
Con ese estilo de personas en la dirección de una empresa se produce una transformación. Es un liderazgo que no teme a las defectos, imperfecciones y fallos porque son ocasiones de aprendizaje. Surge así la creatividad y el sentido de pertenencia. En ese ambiente de trabajo desaparece el miedo. Solo hay respeto. Porque nadie espera que seas perfecto. No tienes por qué serlo. Basta con que te esfuerces por ser excelente. Ser tú mismo.