Al amanecer el despertador no sonó, te despertaste tarde y con dolor de cabeza, saliste corriendo de tu casa sin desayunar y, como llovía a cántaros, el trancón para llegar al trabajo fue más largo de lo habitual. Para empeorar la situación, no te diste cuenta del “pico y placa” y te pusieron una merecida multa por sacar el carro. Llegaste a la oficina muy tarde, mientras tu jefe, exasperado, te esperaba para esa importante reunión y…, como no podía ser de otra manera, la computadora falló en el momento preciso de la presentación que llevabas preparando tanto tiempo. Toda esta cadena de acontecimientos, que puede suceder con frecuencia, es lo que comúnmente denominamos como el comienzo de “un mal día”.
No importa qué tan exitoso seas. Tarde o temprano tendrás un mal día. Y la cuestión que debemos plantearnos es cómo responder ante esa situación. Porque el problema nunca son las emociones, que pueden nublar la realidad, sino cómo reaccionamos ante ellas, cómo las gestionamos.
En realidad, un mal día es cuestión de perspectiva. Depende de cómo lo veas: ante las mismas circunstancias puedes decir “tuve un mal día” o “tuve un día desafiante”. Todo depende de la actitud que adoptes.
El día, tal vez, no fue malo. Simplemente no salió como esperabas. Por lo general, la mayor parte del tiempo la vida no va como quieres, así que debes aprender a sobrellevar los malos días. Si lo que quieres es que todas las necesidades de la vida se resuelvan como en la historia de Aladino y la lámpara maravillosa, entonces estarías viviendo un cuento de hadas, no una vida de verdad. La mayoría de tus días no serán como tú quieres y esa es la mejor parte, porque no sabes qué funcionará y qué será un completo desastre.
Cuando las cosas no salen bien, inconscientemente, nosotros mismos nos encargamos de culparnos de la situación con juicios tan negativos que acabarían con los sueños del más optimista de los optimistas. Frases del tipo: soy un inútil, no sirvo para nada, esto no va a suceder, me rindo, etc. sirven para tratar de explicar, erróneamente, lo que sentimos en un mal día pero no llegan a explicar lo que realmente somos.
Sin embargo, los malos días tienen un lado positivo, son los mejores para reflexionar y aprender. Después de un mal día hay un muchas cosas que debemos asimilar. Una buena manera es comenzar preguntándonos a nosotros mismos qué podemos cambiar ante estas nuevas circunstancias. Mientras que en un día normal y sin complicaciones no suele haber deseos de cambio; en las condiciones de un día desafiante podemos vernos a nosotros mismos bajo una óptica diferente, de forma que las decisiones de cambio que tomemos modifiquen nuestro día a día, e incluso el resto de la vida.
Este es el entorno exacto que produce la transformación radical que se necesita para crecer en la vida como persona. Si sacamos la fuerza de voluntad interior para recapacitar, las circunstancias de un mal día nos convierten en personas más sabias.
Si puedes lidiar con un día desafiante y hacer que te ayude a llevar a cabo los cambios que has estado posponiendo, entonces podrás hacer cualquier cosa en la vida.