Ahora que la educación se ha convertido, en buena hora, en unos de los epicentros del debate nacional, para algunos con más intenciones publicitarias personalistas que realmente con preocupaciones sobre el futuro de la misma, se hace necesario poner en consideración algunas reflexiones que desde hace bastante tiempo atrás he venido haciendo y que pretenden enriquecer el mismo.
Ha existido un aumento constante en las últimas décadas en cobertura la educación superior (pasó de menos de 25% a inicios de 2000 a más de 53% en 2017), y especialmente la pública ha demostrado que tiene una calidad a nivel de la privada. Adicionalmente, siempre serán bienvenidos esfuerzos por seguir aumentando tanto cobertura y calidad en la universidad pública, no sin antes pensar el reto enorme que tenemos como sociedad.
Parto de la base de que si no se mejoran la cobertura en primera infancia y la calidad de la educación básica y media, cualquier esfuerzo en aumento de cobertura en las universidades puede irse al traste. Porque no se trata simplemente de abrir cupos por abrir, sin entender las falencias con las que terminan muchos estudiantes tras su proceso educativo. Es decir, la calidad de las instituciones educativas superiores públicas ha podido mantenerse porque, irónicamente, se hace un corte en los estudiantes que ingresan a la misma. De lo contrario, estaríamos en frente a grandes niveles de deserción (muy superiores al ya preocupante casi 50% del actual), especialmente por la falta de conocimientos básicos y de las falencias que hoy presentan la educación básica y media, no solo pública sino en una gran parte de la privada. Especialmente, porque apenas un 20% de los estudiantes con alto nivel en las Pruebas Saber 11 son los que terminan ingresando a las universidades, mientras que 40% de los de nivel bajo así mismo lo hacen.
Si no comenzamos, en principio, por apostarle con total determinación a elevar la cobertura en primera infancia (que apenas roza 30%), un tema que suele pasarse por alto y que hace una enorme diferencia en el proceso formativo de cualquier niño, difícilmente podremos avanzar hacia una sociedad del conocimiento.
Y en materia de educación básica y media, se requiere una combinación de modificaciones profundas: aumento de horarios educativos, metodologías, plan de materias y competencias estudiantiles, evaluación docente, actividades extracurriculares, mejoras en la nutrición, entre otras variables para elevar rápidamente la calidad de dicha educación, y permitir que el sueño de muchos jóvenes de ser profesionales pueda llevarse a cabo en el competitivo mundo profesional en el que vivimos. De lo contrario, tendremos sólo diplomas para enmarcar en las paredes.
Adicionalmente, es urgente revisar qué pasa en la calidad de la educación de las jornadas nocturnas y de fines de semana, especialmente en instituciones educativas privadas, que presentan un gran retraso frente al promedio, como se comprueba en las Pruebas Saber 11.
El día que empecemos a cerrar esa profunda brecha, valdrá la pena invertir todos los recursos en educación superior. Empecemos el debate por el lugar donde debe comenzar.