Henry David Thoreau en 1846 fue detenido por las autoridades de su país, EE.UU., en razón de su negativa a pagar impuestos a un Estado empeñado en invadir a un país vecino, México, y en mantener la institución de la esclavitud.
No opuso resistencia alguna cuando fue conducido a la cárcel, era un valiente pacifista; las autoridades no tuvieron otro camino que liberarlo.
Esa acción suya fue un evento seminal que después quedaría consagrado en su escrito “La desobediencia civil”, texto que generó transformaciones espirituales y políticas de gran calado en el siglo XX.
La obediencia inteligente y consciente a la legítima autoridad es virtud plausible; el servilismo acrítico al poder arbitrario es vicio deleznable.
Cuando la legitimidad de una autoridad se esfuma, procede el derecho a la desobediencia civil por parte del ciudadano en particular y de las organizaciones civiles en general.
Dos condiciones son ineludibles para que podamos hablar de desobediencia civil auténtica y no confundirlas con guachafitas cobardes y estridentes: 1) ha de ser un acto que tiene un rostro responsable, no es anónimo, no es clandestino, quien lo ejerce asume responsabilidades y consecuencias y 2) ese acto es pacífico, no es vandálico, no afecta bienes privados ni bienes públicos y mucho menos, afecta la vida y derechos fundamentales de terceros.
Cuando se restablezcan las condiciones de legitimidad, se restablecen las prácticas de obediencia inteligente y consciente con el fin de seguir avanzando en los propósitos concernidos al bien común.
Si las personas naturales o jurídicas, o las entidades territoriales perciben que sus derechos y sus autonomías no están siendo garantizadas y honradas por parte de las autoridades competentes, cuando se sienten perseguidas y que no se les reconoce la presunción de inocencia y debidos procesos, cuando perciben amenazas reputacionales en razón de acciones arbitrarias y precipitadas por parte de instancias de poder estatal, es entendible que aflore un impulso y deseo de desobediencia civil y que se pueda llegar a considerar la resistencia tributaria, como camino de acción posible, pro-tempore, mientras se restablecen condiciones de legitimidad necesarias para la convivencia.
No sé qué secreta pulsión me lleva a escribir en estos días de cabañuelas y año nuevo sobre este tema disruptivo como es el de la desobediencia civil tributaria, pero saber que el sencillo gesto de Thoreau y su breve y enjundioso escrito de “La desobediencia civil” inspiró a líderes que supieron sintetizar vocación espiritual y política como Tolstoi, Gandhi y Martin Luther King, me conmueve hasta las entrañas y me rescata del repudio y sentimiento de impotencia que generan los acontecimientos locales y mundiales, en estos días que corren.
Ser colombiano, también en 2024, es un acto de fe, y fe no es creer en lo que no se ve, sino crear lo que no se ve.