El jefe de Petro
miércoles, 31 de julio de 2024
Alfredo Sarmiento Narváez
Después del grosero fraude electoral perpetrado el 28 de julio de 2024 en Venezuela, un evidente golpe de estado por donde se le mire, es imposible dejar de compartir unas cuantas reflexiones sobre los retos inmediatos que los valores y prácticas democráticas tienen en Venezuela y Colombia.
Es una verdad de perogrullo decir que el pasado, el presente y el futuro de Venezuela y Colombia están estrechamente ligados. Hoy, más que nunca, de esa perogrullada y la consciencia y sentido que hagamos de ella, depende lo que a futuro podamos hacer por el rescate y cuidado de nuestras democracias.
No podemos alcanzar más y mejor democracia en uno de estos países, si el país vecino no logra avanzar por ese mismo camino. No podemos alcanzar más prosperidad y equidad social en uno de nuestros países, si el país vecino no logra avanzar en esos indicadores.
La permisividad por parte del actual régimen dictatorial venezolano con el narcotráfico y los grupos al margen de la ley colombianos, repercuten hondamente en Colombia; esto no es hipótesis, hay realidades fácticas que lo corroboran.
El ambiente propicio para el populismo estadocéntrico y antiempresa en Venezuela, con la dictadura maduro-chavista, ya ha tenido el efecto contagio en Colombia y se empiezan a ver sus estragos.
La líbido totalitaria del régimen venezolano encabezado por Maduro emociona la líbido totalitaria de su servil alfil en Colombia: Gustavo Petro.
Extremadamente dañino sería que el pernicioso ejemplo de las Ffaa de Venezuela y su obsecuencia creciente, ya casi atávica, ante el régimen de Maduro, contagie a las Ffaa de Colombia.
El pundonor de militares y policías en Colombia radica en la obediencia inteligente a la autoridad legítima en el marco de la constitución y no en adoptar un servilismo acrítico con poderes arbitrarios que amenacen la sostenibilidad democrática como sucede hoy en Venezuela.
No creo que Petro y menos aún, algunos de sus colaboradores, particularmente el ministro de relaciones exteriores, vayan a tener una declaración firme y distante ante
El oprobioso y evidente fraude electoral en Venezuela; de hacerlo, ello tiene más de movimiento táctico que de estrategia y verdadera convicción.
Al fin y al cabo, muchas son las señales que tenemos en Colombia para entender que el verdadero jefe de Petro está de tiempo atrás ocupando ilegítimamente el Palacio de Miraflores y ahora se quiere quedar allí después de violar hasta los mismos procedimientos democráticos; procedimientos a los que antes, por lo menos se plegaba para ir sinuosamente imponiendo su dictadura, pero que ahora, descaradamente, atropella sin rubor ante la cara de comunidad de las naciones.
Si algún lector de esta columna se ofende cuando afirmo que el verdadero jefe de Petro es Maduro, ofrezco excusas públicamente, y procedo a rectificar de manera consecuente: Maduro no es el jefe de Petro, es el patrón.