Fe, esperanza y solidaridad
miércoles, 8 de enero de 2025
Alfredo Sarmiento Narváez
Aunque el título de la columna parece una homilía o prédica debo aclarar que no soy sacerdote, ni pastor, ni tengo carismas proféticos, menos aún, dones soteriológicos.
Hay lecturas que condicionan mi escrito: Unamuno, Husserl, Heidegger, Edith Stein, Lévinas, Mounier, Chesterton, Octavio Paz y Byung Chul Han. Hay trazas de tímidas incursiones en teología y de una acuciosa lectura cotidiana de acontecimientos globales y locales.
El alma nacional transita por una tormenta de incertidumbres, un laberinto de valores y una torre de babel. La sostenibilidad democrática del país está en jaque. Inocuo es redundar en más diagnósticos y denuncias relacionadas con el espectro de retos y dificultades que tenemos como sociedad, cuando se trata de renovar nuestra fe, esperanza y vocación de solidaridad, amor y empatía por esa Colombia que ya fue, que está siendo y habrá de venir.
No se trata de idílicas formas de fe, esperanza y solidaridad, ni más faltaba; Para que estas actitudes y opciones vitales sean edificantes en Colombia, debe leerse la compleja situación del país con talante realista.
“Fe no es creer en lo que no se ve, fe es CREAR lo que no se ve”. Colombia necesita una fe capaz de crear sostenibilidad económica, social, ambiental, digital, energética y alimentaria; con más y mejores empresarios, más y mejores trabajadores, más y mejores activos contribuyentes. El camino es más y mejor democracia, nunca menos.
La esperanza que urge Colombia es aquella que nos relate, nos narre y nos inspire a trabajar por una comunidad de propósito como país y una comunión de sentido como nación.
Esto no se hace con ilusionismos populistas, caudillistas, mesiánicos, ni con letanías ideológicas.
Exige consciencia de la dignidad del sí mismo y del otro, sentido de la dignidad de las personas y de las comunidades; comprender que “para ser he de salir de mi, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia”; superar la infausta tesis de que “el infierno son los otros”. El otro es un rostro que nos demanda éticamente e interpela nuestra capacidad de empatía.
La solidaridad que demanda el país no puede ser impuesta a regañadientes por un Estado “Ogro Filantrópico”, lerdo, obstructivo, impotente con el criminal y corrupto, prepotente con el ciudadano de buna voluntad.
Procede un relato erótico de la solidaridad y del acto de solidarizarse, fundamentado en el amor.
La solidaridad, como el erotismo, no se obliga, no culpa, no controla; por el contrario, seduce, convoca la autonomía responsable, libera, implica placer y creatividad.
Que toda persona en Colombia ejerza su derecho a solidarizarse para participar activamente en la gestión del bien común, teniendo buen cuidado de actuar de manera sostenible y responsable.
Lo más contrario a la fe, esperanza y solidaridad en y para Colombia, es apegarse al corcho en remolino del miedo, de las incertidumbres, del cinismo, de la sensación de impotencia, normalizando la violencia y la corrupción.
Nada sirve quedarse petrificados por opción, por oposición o por omisión.
Colombia necesita anuncios y relatos inspiradores que den sentido a seguir optando por ella con fe viva, esperanza ardiente y solidaridad actuante; amén.