Fenomenología de los encuentros humanos
martes, 21 de mayo de 2024
Alfredo Sarmiento Narváez
Escrito con título estridente, lo sé; asumo el riesgo. El encuentro entre dos seres humanos es un evento de alta improbabilidad, no necesariamente imposible.
Cuando el potencial cruce de dos historias de vida se convierte en acto, gestado y parido en el líquido amniótico de lo improbable, y empieza a ganar identidad en el camino de lo posible, sobreviene una nueva forma de ser, un “ser ahí”, entre un sí mismo y un otro, que existe, en un tiempo y espacio concreto, y anhela ser, en lo eterno y lo infinito.
Todo encuentro representa una experiencia existencial, implica el existir y el estar, y una experiencia esencial, implica el ser. El encuentro interpela en nuestra humana subjetividad exigiendo nuestra capacidad de interpretación; es una fenomenología.
Por grato o ingrato que sea un encuentro, se trata de un acontecimiento milagroso, excitante y retador (más milagroso, excitante y retador si implica a más de dos seres humanos), que amerita homenaje y celebración.
Todo encuentro empieza con el asombro, continua con dar algo, recibir algo, pulir algo, renunciar a algo; procede a construir un mutuo texto, una narrativa, ora privada, ora pública; allana el camino para una ritualidad capaz de dar sentido y cohesión a una saga de eventos, unos dispersos en el tiempo, otros continuos y cotidianos, forjados a punta de segundos, horas, días, meses y años de experiencias compartidas; se re-crea permanentemente.
El encuentro reta la creatividad para dignificar al sí mismo y al otro
Todo encuentro humano entraña técnica, ciencia, artesanía, arte, economía o deseconomía (al menos de las emociones), historia, acción comunicativa, comunidad de propósito, comunión de sentido, aventura natural y/o sobrenatural, energía potencial, energía cinética, siempre transformación de energía.
Un encuentro conmueve nuestra estructura cuántica, mecánica, química y biológica; implica mayor o menor experiencia religiosa, mayor o menor grado de Dios; en mi perspectiva, Dios siempre hace presencia, unas veces porque se revela, otras veces porque se rebela; Dios participa de las humanas incertidumbres ortográficas entre la v y la b.
Leí de la poeta chilena Andrea Maturana, a propósito del erotismo, que hay encuentros esperados, encuentros desesperados, desencuentros esperados y desencuentros desesperados; las categorías de Andrea también aplican para lo político y lo religioso. Encuentros los hay de epifanías, teofanías y preludios a conflictos de insospechadas consecuencias.
Los encuentros humanos exigen “elogio a la dificultad” en los términos que propuso Estanislao Zuleta; tener claro que las relaciones humanas son “intensas, complejas y perdibles”, no “paraísos de mermelada”.
En los encuentros podemos optar por el arte de la seducción o la fatalidad de la conquista.
El encuentro reta la creatividad para dignificar al sí mismo y al otro; ha lugar Octavio Paz cuando afirma: “para ser, he de salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros, que me dan plena existencia”.
De la forma en que tramitamos nuestros encuentros estamos, o bien, cultivando autonomía, digna diversidad y solidaridad, o bien, engendrando libertinajes, colectivismos y sectarismos.
Apreciado lector (a): gracias por este encuentro; ¿celebramos?