Analistas 16/04/2024

¿Seducir o conquistar?

La seducción es un arte, dentro de las artes, para la libertad; la conquista es una técnica, entre las técnicas, para el totalitarismo.

La seducción es el arte dejar ser y hacer feliz al otro, la conquista es la técnica de tener y controlar al otro.

Seduzco a una persona o comunidad cuando construyo, en mi propio ser, una orilla para que esa persona o comunidad pueda ser conmigo en toda la expresión de su unicidad, libertad y dignidad.

No hay en la seducción una pretensión de control, ni mucho menos un deseo de invadir las posibilidades de autonomía en ese otro ser personal o comunitario.

Conquisto cuando quiero tener a la otra persona o comunidad, someterla a mi voluntad, controlarla, cuando creo que ese otro, en sus posibilidades, tiene que agotarse en lo que yo creo necesario y más útil para ese ser.

Para el conquistador, el otro no existe en su dignidad, es tan solo un instrumento, una cosa, una pusilanimidad; el conquistador homogeniza.

La seducción invita, persuade, apela a la voluntad, motiva la curiosidad.

La conquista ordena, impone, somete, amedrenta, acude al miedo.

La seducción apela a la obediencia inteligente como arte consciente de emular a la legítima autoridad.

La conquista se conforma con el servilismo acrítico y se entrevera con los juegos y reglas que imponen los poderes arbitrarios.

La conquista, porque es una experiencia medrosa y llena de ansiedad, es hablantinosa

La seducción asume que el sujeto seducido, en cualquier momento, puede buscar e intentar otro camino en la búsqueda de su dignidad.

La conquista reduce a uno solo, el camino del sujeto conquistado y graves consecuencias vendrán, si el sujeto conquistado intenta otro camino.

La seducción sonríe; la conquista tiene un ceño adusto. La seducción crea, juega; la conquista repite esquemas, reproduce métodos.

Vale esta reflexión para las experiencias más cotidianas de todo ser humano y de toda comunidad en los ámbitos de sus dimensiones eróticas, políticas y religiosas.

En cada una de ellas podemos apostar por la seducción o por la conquista.

Si se acude a la seducción, las experiencias eróticas, políticas y religiosas se convierten en oportunidades de liberación, edificantes para la dignidad propia y la de otros.

Si se acude a la conquista, esas tres experiencias fácilmente pueden crear formas, más o menos sutiles o explícitas, de esclavitud.

La seducción no reduce el erotismo al “genitalismo”, ni la política al “clientelismo”, ni la religiosidad a “rezanderismo”.

La conquista es genitalista, marrullera y rezandera.

“Lo más contrario al amor es el miedo” y “el verbo más parecido a amar es escuchar” fueron expresiones sabias de Tony de Mello S.J. La seducción, porque es experiencia amorosa, escucha.

La conquista, porque es una experiencia medrosa y llena de ansiedad, es hablantinosa, estridente, bulliciosa, gritona y altanera.

La seducción sabe de ternura y vigor. La conquista no intenta la ternura porque se siente frágil y confunde el vigor con el atropello.

Llamados a escoger entre seducción y conquista en medio de experiencias erótico-político-religiosas, que nos permitan ser integrales y consistentes en el ámbito de nuestras vidas privadas, públicas y espirituales, es mejor seducir y ser seducido, que conquistar y ser conquistado.

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