Desde el pasado 31 de octubre hasta el próximo 12 de noviembre delibera en Glasgow (Escocia) la Conferencia anual de las Naciones Unidas sobre el Cambio climático (COP26), organizada por el Reino Unido. Previa a esta Conferencia tuvo lugar en Nápoles (Italia) la reunión de los 234 científicos integrantes del Grupo intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, creado en 1988 y produjo el Informe titulado Cambio Climático 2021: bases físicas, el cual contó con 14.000 estudios para someterlo a su consideración.
Dicho Informe no puede ser más dramático. Según el mismo, el calentamiento global, a consecuencia del cambio climático, avanza a pasos agigantados y se intensifica con inusitada rapidez y que el tiempo apremia para reducir de manera sustancial las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que lo atizan. Concluyeron, además, que existe una muy estrecha correlación entre el medioambiente, el clima, la energía y la pobreza.
El cambio climático, que yo prefiero llamar variabilidad climática, se caracteriza por tres aspectos fundamentales: primero, se manifiesta con fenómenos extremos de sequía e inundaciones. Según el escritor, profesor y ambientalista danés Bjorn Lomborg, 2.500 personas perecen cada año en EE.UU. y Canadá a causa de las olas de calor y 100.000 personas en EE.UU. y 13.000 en Canadá fallecen anualmente a consecuencia de las bajas temperaturas. Segundo, no es cíclico ni tiene periodicidad, son recurrentes e intempestivos, no tienen vísperas. Y tercero, son cada vez más intensos y con mayor duración.
Ya lo había advertido el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, al instalar sus sesiones de 2019: “la emergencia climática es una carrera que estamos perdiendo, pero es una carrera que podemos ganar. La crisis climática es causada por nosotros y las soluciones deben venir de nosotros. Tenemos las herramientas: la tecnología está de nuestro lado”. Y en vísperas de la COP26, advirtió que “seguimos encaminados hacia la catástrofe climática”. Por ello, esta Cumbre climática es considerada crucial para enfrentar con éxito, antes de que sea demasiado tarde, el que pasó de ser una amenaza para convertirse en un reto: el cambio climático.
La expectativa está centrada en el objetivo de que la ambición en materia de reducción de las emisiones de GEI sea mucho mayor que la de la COP21, con su estrategia de la descarbonización de la economía, en la que se planteó como objetivo no sobrepasar el umbral de 2 grados centígrados por encima de la temperatura global previa a la primera revolución industrial. Ello, en razón de que estudios y análisis posteriores a la misma han llevado a la conclusión de que sólo fijándolo en 1.5 grados, considerado como el punto de no retorno, puede evitar la debacle.
Este es el punto de inflexión a partir del cual, según los entendidos en la materia, los peligros inmanentes del calentamiento global, con sus olas de calor, la inminente escasez de agua, así como el colapso de los ecosistemas, se tornan irreversibles. De hecho, la temperatura de la tierra está 1,1 grados por encima del promedio preindustrial. Si durante este siglo el mayor calentamiento es del 1,5 o 2 grados (hasta niveles que jamás se experimentaron en los 10.000 años de historia de la civilización humana) arribaríamos al extremo de volver inhabitable nuestra “Casa común” que es como llama el Papa Francisco a nuestro Planeta Tierra!
Se trata, además, de despertar la conciencia dormida sobre la gravedad del calentamiento global y sus estragos, así como sobre la premura de tomar acciones tendientes a morigerar su impacto y frenar la alocada carrera que le imprime un modelo económico basado en la producción y el uso masivo de las energías de origen fósil, principales causantes del mismo, por ser la principal fuente de las emisiones de GEI que lo provocan.
Lo dijo claramente el más reciente Informe de las Naciones Unidas sobre el medioambiente, “si no reducimos las emisiones actuales a la mitad, el mundo asistirá a un peligroso aumento de la temperatura global al menos 2,7 grados centígrados este siglo”. Ello significaría, nada más ni nada menos, que eliminar 28 gigatoneladas adicionales de CO2 equivalentes de las emisiones anuales, además de lo ya prometido por los firmantes del Acuerdo de París (COP21/2015) en las contribuciones actualizadas de cara a la meta volante de 2030 para poder alcanzar la ansiada neutralidad de carbono hacia el 2050.
El reto no es menor, sobre todo después de constatar que el año pasado, no obstante que la ralentización del crecimiento de la economía hasta la recesión que se registró se tradujo en una reducción de un 5% de las emisiones de CO2, la acumulación de estas en la atmósfera no sólo no se redujo sino que se escaló hasta alcanzar el record de 413,2 partes por millón, superando ampliamente el hito de las 400 partes por millón en 2015. La última vez que la tierra registró una concentración de GEI similar a esta fue hace entre 3 y 5 millones de años. Ello es aterrador!
Ello llevó a afirmar al IPCC que “pase lo que pase, el incremento de la temperatura seguirá al menos hasta mediados de este siglo”. Es más, al paso que vamos, según su previsión, hacia el 2040 la temperatura promedio global traspasaría el límite de los 1,5 grados por encima de la que marcaba el termómetro antes de la primera revolución industrial. Y no es para menos, dado que el ritmo al cual vienen aumentando las concentraciones de GEI superan con creces el de la media en la última década.
De allí que el Secretario General de las Naciones Unidas Antonio Guterres, al exhortar a los asistentes a esta Cumbre, manifestó que “la era de las medias tintas y las promesas vacías debe terminar” si se quiere frenar la inercia que trae el aumento anual de la concentración de GEI, las cuales ya superaron la media del período 2011 - 2020. Al término de la misma el próximo 12 de noviembre se sabrá.