Analistas 16/06/2022

Voto en blanco

Andrés Caro
Candidato a doctor en derecho por la Universidad de Yale

En una campaña en la que los candidatos han sido cuestionados por decir mentiras, por hacer campaña sucia con bodegas y acuerdos en las cárceles (por “mover un poco la línea ética”), en una campaña con candidatos que han recibido plata en bolsas o están acusados de estar implicados en graves escándalos de corrupción, en una campaña en que uno de los candidatos tiene una fortuna rarísima, y el otro, guiado por su vanidad, administró pésimamente una ciudad, en una campaña en que los candidatos amenazan a las instituciones, quienes van a votar en blanco se han convertido en el blanco de ataques.

Algunos los acusan de cobardes. Otros, de estar votando por el candidato que quienes señalan menos prefieren. Pero en esta elección entre demagogos (uno habla de “mi pueblo”, y el otro se comunica a través de videos de TikTok que parecen escenas de Goodfellas en el Magdalena Medio, y prometen, entonces, una especie de gobierno de opinión), el voto en blanco es una opción. Y quizás sea mejor que las otras.

Alejandro Gaviria ha dicho que “jamás votaría en blanco,” porque le parece “facilista” y una especie de “exhibicionismo moral”. Dejando de lado lo del exhibicionismo (la mayoría de gente que va a votar no va a exhibir su voto, ni tiene una tribuna para hacerlo), y que le queda tan mal decirlo a quien quizás es el mayor exhibicionista moral de Colombia (el que invitó a “moralizar la política” en su ideario; y esto es, quizás, lo más valioso que aporta Gaviria en un país en que las figuras públicas son en muchos casos inmorales), habría que responder a sus otros señalamientos. El voto en blanco es tan “facilista” como los otros votos: igual de fácil que votar por Petro porque promete cambio y porque no es Hernández; igual de fácil que votar por Hernández porque promete cambio y porque no es Petro.

Es cierto que el voto en blanco en segunda vuelta no tiene efectos jurídicos. Pero los efectos políticos son importantes.

Un solo voto no cambia nada en términos reales. Lo que sí hace es expresar una preferencia individual. Un voto pesa igual en cualquier casilla del tarjetón. Podría decirse que el voto se agrega a otros, y que ese conjunto de votos sí que es significativo en términos reales. Si esto es así, entonces puede ser mejor que el voto se agregue al voto que censura las dos candidaturas aciagas. Así no cuenten jurídicamente, muchos votos en blanco señalarían -señalarán- que parte importante del electorado decidió no consentir, no aprobar, no preferir, ninguna de las dos opciones -no validar al que Colombia consideró la mejor, o la menos mala de las opciones. Y esto lo deberá tener en cuenta el próximo presidente cuando tenga la tentación de hablar de “su pueblo”.

Otra crítica al voto en blanco es que plantea una equivalencia moral entre Petro y Hernández. Los candidatos, sin embargo, no han sido capaces de mostrar una diferencia moral significativa entre ellos. Lo que el uno predica, lo incumple su hijo; lo que el otro ha prometido, lo viola su campaña: los dos mienten, los dos han negociado con políticos cuestionados, los dos amenazan a las instituciones, y han liderado campañas de mentiras y exageraciones. Es bien posible que Hernández sea como Trump. Pero eso no hace que Petro sea como Hillary Clinton. Es más posible que Petro sea como Cristina de Kirchner, y que, como escribió Gaviria hace diez años, no respete ni los límites legales, “ni los de la cordura y el sentido común,” a pesar de las importantes cinco promesas que hizo en una “alocución” en la que no respondió a las graves acusaciones contra su campaña). Uno amenaza con estados de conmoción, el otro insinúa estallidos sociales (¿ya estará alistando su Cámpora?). Uno está acusado de corrupción. El otro dejó que su campaña la secuestraran políticos clientelistas, y autorizó bodegas para difundir noticias falsas. En fin: no se les puede exigir a los votantes que vean matices morales ahí donde los candidatos y las campañas no los han mostrado.

El voto en blanco sirve para expresar el compromiso con un sistema político e institucional, y
la desaprobación con opciones particulares. En una elección en la que los candidatos han mostrado su
desprecio por las instituciones, el voto en blanco exhibe, precisamente, la lealtad con esas instituciones.

Es una manera de participar en la comunidad política sin darles el consentimiento a opciones
indeseables.

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