Durante mis 40 años largos he vivido entre memorias infantiles y coyunturas delicadas que, por su extrema dureza, han arraigado en mí, aún más, el sentimiento de ser colombiano. Por ejemplo, mi compasión por las personas con discapacidades me llena de valor.
Las creencias de aquella sociedad bogotana inculcadas por mis bisabuelos, mis abuelos e, incluso, mis padres, han desaparecido. Así lo siento y lo veo reflejado hasta en mi léxico, que denota un profundo agotamiento de la sociedad.
Creo que estamos en un punto de quiebre que hace muy difícil digerir juicios parciales e injustificables, que nuestros líderes e instituciones avalan cuando se convierten en juez y parte. Por eso perdemos la credibilidad en ellos. Y por eso me cuesta creer que en los años por venir nos vayamos a acostumbrar a vivir en esta constante y frenética polarización; que, como sociedad, no podamos recuperar el norte y dejar atrás el odio y el caos vulgar. Que en medio de tanta corrupción, extorsión y robo no encontremos la vía que nos permita distinguir entre el buen empresario y el corrupto.
Parece que la corrupción, que es nuestro pan de cada día, no se pudiera evitar; por eso debemos hacer lo indecible para no permitir que continúe. Nuestra sociedad no avanza por el agotamiento generado por la frustración y la impotencia.
Además, pienso en mis momentos de reflexión, que el actual gobierno es una olla podrida de corrupción. El señor Petro, mandamás de la oposición durante décadas, se ha dedicado en estos dos años a convencer a sus seguidores de que los problemas que denuncia son existentes en toda sociedad. Pero él, como el más combativo que haya tenido el país según sus allegados, pretende ser el presidente del gobierno del cambio, el gran líder mundial.
A los Juegos Olímpicos de París fue con su familia, excepto su hijo, que no podía salir del país, y con varios colaboradores cercanos que trataron de vender la marca país como un espectáculo más. Todos los demás caminan y corren al paso de su revanchismo.
¿Quién ha robado en este gobierno? Aquí van algunos ejemplos que responden a mi pregunta: el señor Benedetti, oriundo del Caribe, salió en su fragata moderna rumbo a Roma, y ha sido declarado culpable de fechorías; con él viaja todo el dinero que habrá juntado desde que fue compinche de campañas y embajador en la Venezuela de Maduro. Recordarán los ejemplos que dio de la balanza positiva, o el episodio con Monómeros.
Ahora, camina por los bosques de cipreses romanos mientras saluda a las altas cortes del Vaticano. Otro ejemplo son los bandidos que se arrebatan el tocino, la harina, las gallinas y a nuestros hijos de la patria. Otros, que se roban hasta la infraestructura: el cableado eléctrico, los medidores de agua y las conexiones hidráulicas. A algunos les habrán respetado la cama a cuyo colchón han cosido buena parte de sus bienes. Pero cuando se miran en el espejo con su marco tallado en oro ¿encontrarán su alma pérdida?
En Europa, también existen ejemplos. Qué decir de Puigdemont y los Mozos de Escuadra que lo dejaron volar - un fugitivo político buscado en España. Y más acá, en Estados Unidos, el reciente “bromance” entre el billonario Elon Musk y el expresidente Trump, justo días antes de la convención demócrata.
Por infinitos escándalos como estos ¿merece la pena uno vivir en estas sociedades? Tiene que haber una región donde uno se pueda refugiar de tanta corrupción, donde los sueños olvidados puedan volver a ser soñados.