El conflicto bélico que comenzó en febrero de 2022 con la invasión de Rusia a Ucrania, sin algún fin diplomático, ha provocado una división, al parecer irreconciliable, entre los dos países. El absolutismo (o sea, el poder total) de Vladimir Putin se ve reforzado por su influencia mediática y amplio respaldo a su gestión, que garantiza su reelección en los comicios presidenciales el próximo marzo. Una reforma a la Constitución le permitiría, además, permanecer en el poder hasta 2036. En este bloque también está la China, que ve en Xi Jinping su líder absoluto, capaz de lograr una “reunificación completa” con Taiwán a través de un eventual conflicto y su hegemonía en el Pacífico Sur.
En Taiwán habrá elecciones en enero y, según las encuestas, el partido de gobierno, el Democrático Progresista, logrará el triunfo. Sin embargo, cualquiera que sea el resultado, el presidente elegido deberá mantener un difícil equilibrio con las dos potencias mundiales. La oposición apenas permite escenarios de apoyo a los menores de 30 años, una mayoría de votantes que tienen sus propias preocupaciones; el desempleo, educación y bienestar social.
Estados Unidos, Reino Unido e India tendrán también comicios importantes este año, que pueden incidir en una coalición de estos dos bloques en las Naciones Unidas. Se podría predecir que soplarán vientos de desorden político, con graves consecuencias y fricciones en 2024, también para el liberalismo político, es decir, las democracias. Dicho de otra manera, los dirigentes que se quieren perpetuar en el poder y no se marchan cuando concluya su mandato, pueden afectar el orden de las relaciones y los compromisos adquiridos en este momento tan intenso, con Ucrania, Oriente Próximo y Taiwán.
Las decisiones sobre recursos para la guerra y la cooperación económica a estas zonas en conflicto son aspectos geoestratégicos que nos afectan, por ejemplo, la aprobación recientemente por el congreso de Estados Unidos de un proyecto de ley que permite la venta de submarinos nucleares a Australia. Por su parte, el presidente Zelensky tiene una resistencia interna y otra a nivel global, lo que implica que en medio de una contraofensiva invernal es imposible una desescalada de la guerra. Lo mismo se puede decir de la narrativa del primer ministro Netanyahu, ya que, en la Unión Europea, también con comicios, unos países lo apoyan y otros desaprueban las operaciones militares y el abuso de poder de su gobierno.
Mirando las cosas en un contexto regional, vemos que en América Latina tenemos doctrinas diferentes, como en Argentina y Colombia, que son solo dos ejemplos de liberalismo político, pero se consideran polos opuestos. Cabe resaltar que en 1994 Cristina Kirchner defendía el modelo de Carlos Menem y ya sabemos que pasó ahí. Por nuestro lado, los balances triunfalistas de Petro afectan no solo el futuro de la sociedad colombiana, sino el desarrollo de nuevas ideas políticas. Gobernar mirando el espejo retrovisor, y decir que gracias a él la paz total reinará en Colombia, es simplemente una falacia. A juzgar por sus resultados concretos, los más críticos piensan que el presidente Petro es un mentiroso patológico e incompetente, como dijo Enrique Peñalosa, exalcalde de Bogotá, en su cuenta de Twitter/X. Sin duda, la de Petro es una política de gobierno alejada del pragmatismo. Seguiremos anclados, sin la fuerza y el prestigio de un país con pensamiento autónomo, sin unidad nacional e influencia decisiva, mientras el presidente mantenga su interés en ejercer el poder absoluto.