¿El camino al fascismo?
Recientemente Joseph Stiglitz, premio Nóbel de Economía, en una columna titulada “El camino al fascismo” describe cómo están sumiendo al mundo en un neofascismo la agresiva política monetaria a nivel mundial para controlar la inflación (arguyendo que es inadecuada al tratarse de limitaciones en la oferta y que las tasas de interés “han subido más de la cuenta y demasiado rápido”), la insuficiente regulación financiera en el mundo, la falta de impuestos altos a las ganancias inesperadas y la insuficiente protección de las personas vulnerables. De manera inesperada concluye que “casi 80 años después de la publicación de Camino de Servidumbre, de Friedrich von Hayek, seguimos viviendo con la herencia de las políticas extremistas que él y Milton Friedman naturalizaron. Sus ideas nos han puesto en un rumbo realmente peligroso: el camino a una versión siglo XXI del fascismo.”
Resulta sorprendente que un economista de su talla equipare a estos fervientes defensores de las ideas liberales como ideólogos originarios de un supuesto “neofascismo”. Este cobarde ataque a colegas difuntos es de gran trascendencia puesto que hace parte de una estrategia de moda de cancelación de todo lo que no sea progresismo y de catalogar a los opositores con una etiqueta de gran repudio, como lo es fascismo. Por ello es absolutamente necesario desvirtuar esta absurda equivalencia entre el liberalismo defendido por Hayek y Friedman y el fascismo.
El fascismo es un tipo de colectivismo que, al igual que el mismo progresismo, busca darles primacía a los intereses de grupos específicos, desdibujando la igualdad formal ante la ley, sometiendo al individuo a la supuesta conveniencia del grupo y legitimando el atropello de derechos y libertades en nombre de una misión colectiva. Mientras el nacionalismo o la exaltación de la raza justifican la misión totalitaria del fascismo, la “justicia social”, concepto voluntariamente vago, y los intereses identitarios de raza, género, minoría étnica y/u orientación sexual justifican el designio progresista. Por el contrario, el liberalismo se funda en el respeto del individuo, su autonomía, sus derechos y libertades, como ejes del orden social y de los límites del poder estatal.
Las ideas liberales defendidas por Hayek y Friedman son precisamente contrarias al totalitarismo inherente a cualquier especie de colectivismo. En efecto, en Camino de Servidumbre, Hayek argumenta cómo “el conflicto entre el fascista o el nacionalsocialista y los primitivos partidos socialistas tiene que considerarse, en gran parte, como uno de aquellos que es forzoso surjan entre facciones socialistas rivales. No había diferencia entre ellos en cuanto a que la voluntad del Estado debía ser quien asignase a cada persona su propio lugar en la sociedad.”
Su defensa del liberalismo parte de la demostración histórica de cómo el socialismo, el progresismo, el fascismo y el nazismo son especies de colectivismos nacidos en contextos distintos, pero con equivalencia en sus efectos nefastos sobre las libertades y el individuo. Al respecto, Hayek expresa: “El socialismo obrero se había desarrollado en un mundo democrático y liberal, adaptando a él sus tácticas y apoderándose de muchos ideales del liberalismo; sus protagonistas aún creían que la implantación del socialismo resolvería por sí todos los problemas. El fascismo y el nacionalsocialismo, por otra parte, surgieron de la experiencia de una sociedad cada vez más regulada, consciente de que el socialismo democrático e internacional propugnaba por ideales incompatibles. Sus tácticas se desarrollaron en un mundo ya dominado por la política socialista y los problemas que ésta crea. No se hacían ilusiones sobre la capacidad de la razón para decidir acerca de todas las cuestiones de relativa importancia que sobre las necesidades de los diferentes hombres o grupos inevitablemente surgen de la planificación. Sabían que el grupo más fuerte que reuniese bastantes seguidores en favor de un orden jerárquico de la sociedad y que prometiese francamente privilegios a las clases a que apelaba, obtendría probablemente el apoyo de todos los defraudados porque, después de prometérseles igualdad, descubrieron que no habían hecho sino favorecer los intereses de una clase particular.”
Por ello la conclusión de Stiglitz es imprecisa y peligrosa. Un debate de altura debe partir de un uso conceptual honesto y preciso y no acudir a la fabricación de hombres de paja y cancelaciones facilistas, con términos de moda, que conduzcan a la desinformación masiva de la opinión pública. No, el liberalismo defendido por Hayek y Friedman no conduce al “neofascismo”. Todo lo contrario, conduce a sociedades abiertas y libres, que respetan la propiedad, la autonomía del individuo y las libertades básicas como fundamentos de la convivencia humana.