El gobierno de los peores
El presidente Petro está conduciendo una purga sin precedentes en el Estado colombiano. Todo funcionario de la rama ejecutiva trabaja con el miedo y la incertidumbre de si continuará mañana en su cargo. Su desempeño y trayectoria son irrelevantes; el simple hecho de provenir de antes y no ser ficha política pone en riesgo su permanencia en su función pública. Despidos masivos en todos los ministerios, el DNP, el Invias, Colpensiones, la UNP, el INS, las fuerzas armadas y las Superintendencias, entre otras entidades, demuestran la acción deliberada de este Gobierno de borrar el pasado del aparato estatal.
Lejos de seguir una tradición de otros gobiernos o buscar la reducción del gasto público, Petro está usando todo su poder para vaporizar lo más pronto posible toda huella de tecnocracia, la cual considera “un antónimo de la democracia”. Detrás de esta purga se esconde uno de los principales daños estructurales que le dejará a Colombia: la materialización del “gobierno de los peores”.
El “gobierno de los peores” es una consecuencia natural del colectivismo, descrita con precisión por el economista Friedrich Hayek: “De la misma manera en que el gobernante democrático que se dispone a planificar la vida económica tendrá pronto que enfrentarse con la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus planes, el dictador totalitario pronto tendrá que elegir entre prescindir de la moral ordinaria o fracasar”. Debido a la presión de conseguir resultados, sin importar las formas, el colectivismo acude cada vez más a personas faltas de escrúpulos, sin criterio y sin el conocimiento especializado relevante, para nutrir sus equipos.
Primero, el ¨gobierno de los peores” se da porque el gobernante colectivista prescinde de todo aquél que matice o destaque la complejidad inherente a los problemas y las soluciones. Su efectividad recae en “apelar a los principios morales e intelectuales más bajos, donde prevalecen los más primitivos y comunes instintos y gustos”. Quien se aleje de la visión única simplemente no sirve.
Segundo, “obtiene el apoyo de los dóciles y crédulos, que no tienen firmes convicciones propias, sino que están dispuestos a aceptar un sistema de valores confeccionado si se machaca en sus orejas con suficiente fuerza y frecuencia. Son los de ideas vagas e imperfectamente formadas, los fácilmente modelables, los de pasiones y emociones prontas a levantarse, quienes engrosarán las filas del partido totalitario”.
Tercero, a este conjunto “le es más fácil ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio a un enemigo o sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva”. La agresión permanente, basada en la contraposición del nosotros y el ellos, es ingrediente esencial de todo credo que enlace sólidamente a un grupo para la acción común.
En el “gobierno de los peores” se acelerará la captura del aparato estatal, el debilitamiento de las instituciones democráticas, la erosión del imperio de la ley, el abuso del poder y la toma de decisiones irracionales. Los demás poderes públicos, la prensa y cada uno de nosotros desde nuestro rol, cualquiera que sea, estamos obligados moralmente a denunciar y mitigar sus daños.