La fatal arrogancia del petrismo
No existe un tema para el cual el presidente Petro no tenga una respuesta contundente, omnicomprensiva y absoluta. Su enciclopédico saber le permitió, sin vacilar, provocar la renuncia de Felipe Bayón como presidente de Ecopetrol y arrogarse las funciones de instituciones enteras, las comisiones de regulación de servicios públicos domiciliarios. De un plumazo, la empresa más grande del país y la regulación técnica de servicios públicos domiciliarios quedaron a merced del “interés general”, encarnado por su único legítimo mandatario.
Esta no es más que una muestra de la “fatal arrogancia”, descrita por Friedrich von Hayek en su obra con dicho nombre, en la que expuso los errores del socialismo que llevan a su fracaso en el mundo real. Esta obra muestra cómo un orden determinado por la razón es fácticamente imposible pues implica la destrucción de instituciones, tradiciones y relaciones espontáneas que forjaron un “orden extendido” que permitió a la humanidad prosperar económicamente y aumentar exponencialmente su población.
Al imponerse la pretensión de una planificación centralizada de un orden creado por la razón, se arruina el “orden extendido” que depende de interrelaciones, algunas evidentes y otras incompresibles, entre varios elementos como la propiedad privada, la transmisión consentida del dominio, el cumplimiento de compromisos, la especialización del trabajo, el comercio, la competencia, la formación descentralizada de precios y la información dispersa. Como advierte Hayek, la comprensión y control del “orden extendido” está fuera del alcance de una sola mente o grupo, exponiendo la planeación centralizada a errores inevitables.
La “causa” del petrismo es alterar la realidad y sustituirla por la visión idílica de su líder, que mezcla dinámicamente elementos socialistas, anarquistas, premodernos, animistas, utópicos, esotéricos y los que se le ocurra en el momento. Aunque, desde luego, el fundamento ideológico del petrismo es una versión arcaica, improvisada y más visceral que el socialismo científico de Marx, ambos parten del axioma de que el mundo puede modificarse por el simple ejercicio de la razón, sin tener en cuenta la evolución económica, cultural y moral y los límites mismos de la inteligencia humana.
Se apalanca en el determinismo histórico que, con una fe ciega en la razón y una extrapolación falaz de los principios de las ciencias naturales a las ciencias sociales, llevaron a concluir que existe una evolución necesaria e inevitable conducida por el intelecto, que justifica la imposición del socialismo o cualquiera de sus términos con que se le disfraza. De esta confianza ciega en la razón radica por qué la evidencia, la tradición y la historia son totalmente desdeñadas por el petrismo, pues implican relativizar el poder de la voluntad racionalizada para imponer una verdad siempre cambiante, instintiva e intuitiva.
Esta fatal arrogancia del petrismo ya afecta el “orden extendido” del que habla Hayek a través de efectos tangibles, tales como (i) el desincentivo de actividades productivas (mejor no creo empresa o no contrato personal al no saber qué reglas enfrento), (ii) la desconfianza de las relaciones del particular con el Estado (mejor no me meto con el Estado para que no me intervengan arbitrariamente), (iii) la insostenibilidad fiscal ante la financiación de obligaciones a largo plazo con ingresos de corto plazo (regalo dinero hoy y después miro cómo consigo más mañana), (iv) la creciente desconfianza de los acreedores frente a Colombia, ante la lógica imperante de “compre hoy, pague después” y (v) la incertidumbre generalizada producida por un Estado de Derecho ineficaz, siempre supeditado al caudillo.