Guayaba o papaya madura
Los de la generación de la guayaba crecimos bajo el enfrentamiento de la Guerra Fría, la carrera armamentista y su amenaza constante de un ataque nuclear, y el concepto de la ‘destrucción mutua asegurada’, evitando de cierta medida las consecuencias apocalípticas de un Tercera Guerra Mundial. Tras la caída del Muro de Berlín y el fin del Unión Soviética, Estados Unidos y su poderío militar se convirtieron en ‘el policía del mundo’. Desafortunadamente, ese poder disuasivo de los americanos se ha perdido.
Dictadores como Maduro, hoy en día no tienen el más mínimo reparo de negociar la libertad de Saab y a renglón seguido burlarse de los americanos robándose las elecciones en su cara. Igual sucede cuando el señor Putin decide invadir Ucrania; o cuando se atreve a arrestar a periodistas y ciudadanos americanos inocentes acusándolos falsamente de espionaje para luego negociar su canje por asesinos del FSB; o cuando Hamás decide lanzar un ataque terrorista a Israel patrocinado por Irán, asesinando a mansalva a más de 1.200 personas inocentes mientras orgullosamente transmite en tiempo real esos horrores al mundo por redes sociales; y por qué el señor Netanyahu prefiere librar una guerra bajo sus propios términos en vez de seguir apostando por una paz negociada en el Medio Oriente; o China amenazando con invadir Taiwán. En fin, ejemplos pululan por todo el mundo.
Pero para ser justos con Biden, el tema no viene de ahora -pero sí se ha exacerbado bajo su mandato-. El fracaso de las guerras de Irak y Afganistán hizo que los gringos -republicanos y demócratas- desarrollaran una conciencia vergonzante con respecto a su poderío militar. Los republicanos prefirieron regresar a su política aislacionista basada en la Doctrina Monroe, argumentando que Estados Unidos no debe cargar con el costo económico de la paz mundial. Su candidato amenaza con no seguir financiando la Otan mientras su mayoría en el congreso limita el envío de armamento a Ucrania. Los demócratas por su parte aplican una postura apaciguadora al estilo Chamberlain, utilizando sus ‘negociaciones de salón trasero’ para justificar un intercambio de rehenes con Rusia, financiar el régimen de Irán, enviar armamento a Ucrania, o brindar apoyo aéreo y ataques con drones a Israel, mientras hablan de paz mundial. Al final, la falta de congruencia y de una postura bipartidista o -política de Estado-, ha resultado en que los bandidos ya no le tengan miedo al coloso del norte.
Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua, la dictadura cubana y muchos otros déspotas narcisos, se han dado cuenta que el poder de los Estados Unidos es inocuo. Estas nuevas ‘dictaduras pseudodemocráticas’ ya no necesitan cerrar el congreso o tomarse el poder por las armas para perpetuarse en el cargo. Están blindadas ante la presión internacional, las resoluciones de organismos multilaterales y cualquier otro mensaje de rechazo. Los dictadores 2.0 saben que los famosos comunicados de la OEA, las sanciones o el reconocimiento al verdadero ganador no producen efecto alguno. Si no pregúntenle a Guaidó.
Disfrazan el fraude alegando un supuesto hackeo sin siquiera esforzarse en presentar pruebas, persiguen a la oposición con acusaciones abiertamente mentirosas a través de aparatos de justicia de bolsillo y siguen por el mundo como si nada hubiera ocurrido. Lo preocupante en Colombia y con otros gobiernos cómplices del dictador venezolano, es que les dé por copiar el modelo. Necesitamos un imperio gringo que no de tanta papaya, y más bien regresemos al temor reverencial de la época de la guayaba.