Panicovirus
El mundo se encuentra en estado de pánico económico gracias al coronavirus: cancelando conferencias y eventos; cerrando fronteras; colapsando bolsas; afectando mercados; petróleo en caída; y quebrando algunas industrias. Es probable que esta histeria colectiva conduzca a una recesión económica, a pesar de los esfuerzos del presidente Trump de no permitir que esto suceda en pleno ciclo electoral. Este sentimiento que se vive hoy con el coronavirus no es muy diferente al mensaje apocalíptico que se generó el año pasado después del llanto incontrolable de la famosa ‘Greta’ por cuenta del cambio climático y el futuro del planeta.
La pregunta que cualquiera se hace es: ¿qué tan reales son esas amenazas y qué debemos hacer al respecto?
Soy de los escépticos que considera que vivimos en una era en que los medios de comunicación y las redes sociales han pasado de ser una herramienta o servicio público, a verdaderos megáfonos del miedo. Entiendo que es necesario informar, generar conciencia y crear sentido de responsabilidad sobre una posible pandemia o el uso de recursos naturales, pero tenemos que poner las cosas en contexto y parar de vivir con temor como si fuera el fin del mundo.
Como consumidores voraces de noticias e información, no podemos tragar entero. Tenemos que ser críticos de quién lo dice y por qué lo dice, y aprender a diferenciar la información de las noticias falsas. No pretendo que la gente deje de prestar atención a los riesgos de salud que el nuevo virus representa o que dejemos de tomar conciencia sobre las dificultades del planeta, pero vale un poco de sensatez y criterio antes de convertirnos en cajas de resonancia de los ‘fake news’.
En Colombia la situación no es muy diferente, pero por cuenta de otro tipo de enfermedad, el odio. Cada domingo los oncólogos de la moral salen con un nuevo diagnóstico de la epidemia que los desvela. Los mismos que a punta de respirador artificial lograron resucitar los acuerdos después de estar moribundos y tapar con pañitos de agua tibia los crímenes cometidos por los mayores violadores de derechos humanos del mundo, semana tras semana prenden las alarmas sobre su peor aflicción, como si se tratara del verdugo de Wuhan.
Lo han vinculado con Pablo Escobar, con paramilitarismo, con falsos positivos, con soborno de testigos, con abuso sexual de mujeres y la última, con compra de votos a favor de la campaña del actual Presidente. Solo falta que lo acusen de contagiar el coronavirus en Colombia. ¿Acaso no se dan cuenta que el que se exagera se desvirtúa?
Sin importar la incertidumbre global que vivimos, Colombia avizora la oportunidad de seguir por el sendero del crecimiento económico, generar nuevas oportunidades de trabajo, mejorar las condiciones de vida de la gente, aprovechar el dinamismo de los sectores productivos, disminuir la criminalidad y devolverle la esperanza a un pueblo que lleva más de 50 años de conflicto. Bueno sería dejar de hacerle eco a tanta denuncia inoficiosa y más bien dedicarnos a trabajar para que los males que en verdad nos aquejan, como el narcotráfico y el desempleo, disminuyan sustancialmente. De lo contrario, terminaremos carcomidos por el odio y lamentando no haber sido capaces de contener el panicovirus que tiene azotado al país.