Sobre helicópteros y revoluciones
El gran genio de los estadistas griegos, escribió Lord Acton, fue crear una forma de organización política que protegiera a los pobres de la opresión y a los ricos de la envidia. Chile se ha obsesionado con denunciar el abuso de las élites, incluso hasta niveles imaginarios, pero no ha dedicado demasiado esfuerzo para contener la envidia en su contra.
Como consecuencia, hoy vivimos un ambiente con aroma revolucionario azuzado por los profetas del resentimiento y oportunistas que han existido en todas las épocas, y que carecen de la inteligencia suficiente para advertir cómo serán arrollados por el monstruo que contribuyen a crear. Pues si hay una cosa clara en la historia de las revoluciones es que casi todos pierden. La revolución norteamericana fue una excepción porque, como bien advirtió el mismo Acton, a diferencia de la francesa -y toda revolución socialista- no se basó en una teoría de la igualdad social nutrida por la envidia, sino en la idea de libertad y protección de la propiedad.
¿Qué se puede decir, a la luz de todo esto, sobre el escándalo de quienes viajaron en helicóptero a Zapallar? Lo primero que resulta obvio es que fue un descriterio que habla mal del compromiso cívico e inteligencia de esos pocos que, violando la ley, realizaron el viaje. Lo segundo es que hay una hipocresía gigantesca de quienes los atacaron, pues obviamente hay miles de chilenos sin helicóptero ni casa en Zapallar que han violado las cuarentenas, exponiendo incluso a más gente al virus.
Pero eso a nadie le importa. Y es que, como vivimos en un ambiente que hace tiempo viene cargándose de odio social, los descriteriados dueños de helicópteros se convirtieron en otro símbolo para el ataque de los profetas del resentimiento contra una clase entera. El problema acá es, entonces, no solo la estupidez cometida por los sujetos en cuestión, sino su estatus social y la rabia que genera en muchos su descaro.
¿Acaso hay muchas personas en Chile que no desearían tener un helicóptero y una casa en Zapallar? La promesa del socialismo fue siempre que el nivel de vida capitalista lo tendrían todos -“fluirán a chorro lleno los manantiales de riqueza colectiva”, prometió Marx- pero sabemos que eso era un pretexto para hacer la revolución y reservar esos lujos, ahora si, para una ínfima y nueva élite. Esta nueva élite, a diferencia de los capitalistas, no los conseguía por sus habilidades para crear valor para otros, sino para matar a sus oponentes y utilizar a los tontos útiles que creían su cuento, como bien lo refleja la novela Rebelión en la granja, de Orwell.
Ahora bien, nadie ignora que Chile tiene una cultura de la “pillería” y que esa denuncia obsesiva que se hace del abuso de las élites- sobre sus méritos y generosidad jamás se dice una sola palabra- es, como diría Freud, en buena medida un ejercicio de proyección de la propia sombra.
Dicho eso, hay que dejar claro que la élite, precisamente por su posición, está obligada a dar el ejemplo y a ser especialmente consciente y preocupada por los demás. Es de una imagen capaz de orientar normativamente e inspirar al resto y de un claro compromiso cívico de la élite que depende el destino de una nación, no sólo de su capacidad para crear riqueza.
Si quienes ocupan la cima de la pirámide social se comportan como nuevos ricos simplones, incapaces de entender el mundo en que viven, entonces no sólo merecen una recriminación por no estar a la altura moral de su posición, sino que alimentan, ellos mismos, el monstruo al que más le temen: la revolución.