China se está convirtiendo en uno de los países más innovadores en cuanto al manejo ambiental, en la medida que sus indicadores de bienestar están mostrando los efectos perversos de la degradación en todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos. La contaminación del aire y de sus ríos, la destrucción de sus bosques boreales y tropicales, la desertificación, son producto de una población que pese al manejo demográfico, sigue representando cerca de 15% de la humanidad, lo cual conlleva una gigantesca huella ecológica. Pero China lidera hoy día la transición energética hacia los renovables, la recuperación de humedales y suelos degradados por la minería de carbón, la recuperación de las poblaciones de pandas antaño amenazadas. Por supuesto, reconocen ellos mismos, siguen siendo la mayor fuente de demanda de productos de la fauna y la flora amenazadas para su uso en medicina tradicional y sus proyecciones de crecimiento implican modificaciones muy importantes en la planificación del uso del suelo y de su política comercial, a menudo depredadora.
La perspectiva de gestión ambiental del suelo en países como China, Australia o Suráfrica es absolutamente pragmática dadas las implicaciones monumentales que posee, los riesgos acumulados y las perspectivas climáticas: hace pocos meses, centenares de estudiantes fueron diagnosticados en Changzhou con graves casos de leucemia causada por habitar en sitios urbanizados en áreas previamente utilizadas por fábricas tóxicas. Ante ello urge la recuperación de la calidad funcional de los ecosistemas más críticos sin perder mucho tiempo en discusiones retóricas en las que los colombianos estamos acostumbrados a naufragar.
El problema de la contaminación de suelos es gigantesco en todo el mundo y aquí está representado por el uso desmedido de agrotóxicos en la producción alimentaria, el mercurio ilegal y otras sustancias producidas en las actividades mineras, los lixiviados de los basureros y la carga orgánica de nuestras heces que siguen circulando sin tratamiento por los ríos, todo ello agravado por la erosión y el cambio climático que redistribuye la contaminación por todas partes. Con esta conciencia y con una política nacional reciente que construye su plan de acción participamos en la conferencia de ONU contra la desertificación en Ordos (Mongolia), con la idea de potenciar la biodiversidad como una de las mejores opciones y recursos con los que no solo el país puede solucionar sus problemas, sino ayudar a otros a hacerlo: existe un potencial comercial gigantesco para productos microbianos en la gestión ambiental planetaria y de seguro cuando empecemos a colonizar otros planetas en este mismo siglo.
Nuestra riqueza microbiana ha sido evaluada apenas superficialmente pese al reconocimiento de que los suelos ecuatoriales son ante todo una entidad viva. Hongos, algas, bacterias y microfauna sostienen literalmente toda la producción agropecuaria en Colombia, ciclando nutrientes y manteniendo el metabolismo ecosistémico: constituyen el sustento de la salud del territorio tanto como definen la de nuestros cuerpos. Mal manejados, son garantía de problemas sanitarios a gran escala. El potencial de la microbiodiversidad colombiana es inimaginable si consideramos una perspectiva tan pragmática como la de países que por sus condiciones ya no tienen otra posibilidad sino la biorremediación.