Hay quienes buscan y disfrutan el silencio, la soledad, los tiempos largos. Hay otros que aborrecen eso y brincan constantemente en medio del bullicio, incansables. Tengo el ejemplo perfecto en casa, donde crecemos con ‘voltajes de hija’ muy distintos, pero raramente incompatibles, cada quien con sus talentos y su lugar.
Si Newton realmente desarrolló su teoría de la gravitación durante los tiempos largos de la peste, bien por él; había otras personas en la calle, corriendo entretanto de un lado al otro, anónimas, atendiendo al moribundo. No hay un juicio posible acerca de la velocidad de las cosas, pues a los que les parece que el mundo es vertiginoso, y por ello insostenible, tienen su contraparte en quienes creemos que vamos lento en su transformación. La ‘longue durée’ y las panarquías…
Siempre que ocurre un evento disruptivo en un sistema, hay quienes consideran la necesidad de hacer “un alto en el camino”, para recordar la célebre columna del sacerdote jesuita Alfonso Llano. Existe la idea de que cada cierto tiempo hay que disminuir la velocidad de las cosas para evaluar su desempeño y que es sano y deseable hacerlo. Lo peor es que ‘la naturaleza’ nos obliga a ello.
Debo confesar que tengo un problema con esa perspectiva, que me pica no sé dónde y no me puedo rascar: aprecio las vacaciones, pero no puedo entenderlas como esa búsqueda de hacer nada y pagar en el mercado por horas vacías. Lo mismo me pasa con ciertas visiones de la paz, los cantos a los idilios, las utopías bucólicas, todas tan parecidas a las postales rosa del Día de la Mujer, afortunadamente incineradas por mis amigas feministas.
La humanidad, las instituciones, las comunidades y todas las formas de organización poseen estrategias con múltiples ‘voltajes’, obviamente operando en direcciones muy distintas. La gente reclama más armonía para lograr resultados específicos, pero las formas de gobierno del planeta implican la combinación de muchas clases de poderes: parte de lo que reconocemos como sabiduría entre los seres humanos es la capacidad de discriminar entre las cosas que podemos hacer con nuestras capacidades culturales y las que no.
De hecho, no podemos controlar muchas cosas porque los sistemas en los que vivimos, al ser complejos, funcionan solos. Ello no quiere decir que, en medio de la autoorganización del mundo, “la naturaleza es sabia”: solo que es inexorable.
El Covid-19, predicho por buenos científicos, lejos de ser profetas iluminados, es una entidad emergente que confirma la perspectiva de la ecología, una ciencia cibernética, como el enfoque epistémico de mayor proyección para entender y gestionar el planeta.
La política, no solo la colombiana, se parece cada vez más a una interpretación ‘a lo bestia’ de los procesos de regulación y reorganización de los sistemas sociales y ecológicos interdependientes, en vez de la labor que etimológicamente implica gobernar: servir de timoneles en la contradicción de las corrientes, algo que no requiere ideología sino sensibilidad y destreza, serenidad en la tormenta. Una ciencia que es arte y viceversa.
Mis redes están llenas de mensajes moralizando la peste. Incluso, hay fakenews poéticas, espeluznantes, como esos largos versos que se atribuyen a Borges, García Márquez o Einstein, indistintamente, pero ahora en forma de video. Que los galos de Asterix nos asistan.