Analistas 06/07/2017

¿Malos vientos?

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

El columnista Matt Ridley publicó hace unos días (www.spectator.co.uk) un artículo extremadamente crítico contra la falacia ecológica que habría bajo la idea de la producción de “energía limpia” a partir de generación eólica. Según el autor, la contribución de las turbinas que comienzan a verse en muchos paisajes del mundo no solo es trivial, sino letal: la huella ecológica de su construcción y operación es peor que la petrolera. En sus sumas y restas concluye que el aporte neto de electricidad al planeta es exactamente cero, pues es más costosa la infraestructura de lo que esta genera: se requieren por ejemplo 150 T de carbón por turbina, derivados del cemento y el hierro requeridos, por no hablar de la fibra de vidrio de las hélices y las tierras raras para los magnetos.
El análisis de los ciclos de vida de cualquier “solución” es indispensable para desmitificar sus supuestas bondades o rastrear las verdades interesadas que subyacen a cualquier propuesta de construcción de sostenibilidad. De las turbinas de viento hay que pasar a las propuestas de construcción “limpia”, infraestructura “verde”, comercio “justo” y muchas otras invenciones contemporáneas que con buenas intenciones creen aportar a la sostenibilidad pero solo cambian la distribución de su huella ecológica.

Ridley apunta al gas natural y la energía nuclear como únicas opciones realmente interesantes para el futuro de la humanidad, aunque reconoce que la hidrogeneración es positiva, pero hemos llegado al límite de ocupación de ríos en la mayor parte del planeta, como se evidencia en otro artículo reciente que evalúa el desastre que representa para la Amazonía la acumulación de impactos hidrológicos de centenares de presas, cada una de ellas viable de manera separada.

Un ejercicio honesto acerca del impacto de los proyectos petroleros o mineros, que son puntuales y parcialmente mitigables, nos permitiría reconocer y medir su grado de insostenibilidad local, que es por lo cual las consultas los rechazan, pero compensable por sus contribuciones a la sostenibilidad a escalas agregadas. En pocas palabras, está de nuevo en juego la capacidad del Estado de planificar espacial y temporalmente la distribución de los impactos ambientales de cualquier actividad para dar señales claras a los sectores. En Colombia la Upme y la Upra han desarrollado un papel muy interesante en ese sentido y reforzarlas con el conocimiento del sector ambiental resolvería gran parte de los cuellos de botella que hoy sienten los inversionistas o las comunidades cuando no logran identificar los vasos comunicantes para construir acuerdos que estabilicen las actividades económicas en un territorio o armonicen sus intereses.

Las cuentas del viento no están escritas solo con indicadores monetarios: incluyen la escasa disponibilidad de área para instalarlas, sus efectos estéticos en el paisaje y el impacto en las aves migratorias. Por eso las posibilidades de energías renovables por esta vía son muy limitadas. Habría que ver en la perspectiva de las solares si el área dedicada a “granjas” de paneles compite con otros usos y genera otras huellas menos públicas, uno de los reclamos que el sector convencional hace a las propuestas innovadoras. Tal vez ahí también hay verdades incómodas. Tal vez incluso, como conclusión, que el mundo carece de energía sostenible.