Analistas 16/05/2024

Miradas múltiples a la bioeconomía

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

En el marco de la Filbo la Escuela de Economía de la Universidad Nacional presentó un volumen editado por Alexander Rincón (PhD), con contribuciones de más de 60 autores de numerosas instituciones académicas, ONG, algunos ministerios, el DNP y centros de investigación como Agrosavia y el Instituto Humboldt. El libro, clave para las discusiones acerca de las transiciones socioecológicas a la sostenibilidad que diseña (o debería estar diseñando) Colombia, plantea desde muy diversos ángulos la necesidad de “evolucionar de una visión moderna de la economía basada en mercados y tecnología” a una “asociada con diversidad, complejidad, pluralidad, resiliencia y justicia ambiental” (dice el editor).

Uno podría pensar que la bioeconomía consiste en la suma de los modos de producción basados en los seres vivientes, con lo cual despacharía con un plumazo el término hacia el pasado, habitado por decenas de prácticas, sobre todo del agro, insostenibles, basadas en la expansión ilegal de la frontera agrícola, la expoliación del suelo y el agua o la pobreza rural. Pero realmente el término busca rescatar la noción de una economía para la vida plena, con lo cual se descartan todas esas perspectivas, que además son realmente improductivas: traer terneros de contrabando desde Venezuela para engordarlos en tierras deforestadas del piedemonte amazónico y luego exportarlas a China vía Buenaventura produce dinero para pocos y problemas para muchos. Ni las economías ilegales de la coca, el robo de ríos y quebradas que nutren las ciénagas de la Costa con agua dulce, la pesca de arrastre o con artes inadecuadas e incluso las prácticas de subsistencia campesina que no pueden sacrificar en sus predios ni cinco metros de protección boscosa a las quebradas, pueden ser considerados ejemplos de una economía basada en la biodiversidad, todo lo contrario.

La bioeconomía debe ser una actividad rentable, por supuesto, eso define gran parte de su viabilidad, y por ello el primer requisito es no destruir el capital de base. Claro, acá estoy hablando de nuevo en términos utilitarios, aparentemente incompatibles con una perspectiva más compleja, pero lo cierto es que cualquier sistema productivo que se base en consumir hasta el agotamiento las bases de su actividad debe considerarse extractivismo. En ese sentido, son mucho más honestas y manejables la minería o el mismo petróleo, que conocen sus fronteras. En contraposición, quienes invierten en el mantenimiento de los servicios ecosistémicos y una perspectiva simbiótica de la economía y la ecología tienen garantizado lo que llamamos un negocio sostenible: bueno para la naturaleza, la gente y el bolsillo. Algunos expertos piensan que tal combinación es imposible, porque la circularidad o las prácticas regenerativas que se requieren son, por leyes de la termodinámica, inviables. Sin embargo, la comprensión profunda del funcionamiento ecológico de los territorios y las escalas, incluida la bioinspiración que nos trae Melina Ángel en su capítulo, nos ayuda a entender, como lo hicieron hace miles de años los inventores de la agricultura itinerante, que es factible transferir materia, energía e información de una parte del sistema a otra, con las debidas precauciones, motivo de dura y bienvenida controversia entre los autores institucionales y los activismos, por ejemplo.

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Brigitte Baptiste - Economía - Universidad Nacional