El profesor Luis A. Orozco (PhD U. Externado) lanza una diatriba en este mismo diario contra las personas que, según él (y repitiendo a Braunstein y su libro) representamos “una nueva religión” por defender nuestros derechos con base en la capacidad cultural de cuestionar los determinismos con los que se ha discriminado a la gente, para mal, por siglos. Mauricio Botero hace lo propio en El Espectador, sin detenerse a fondo en las implicaciones de su dureza: el retorno del lombrosianismo, tan conveniente en el siglo XIX para propulsar la agenda del autoritarismo con el que parte del mundo pretende seguir criminalizando la diversidad, y de paso el cambio, las transformaciones. En su afán de atacar al presidente Petro, de quien me distancio en otros aspectos, usan despectivamente el término “woke” para asimilarnos a terraplanistas codiciosos e irresponsables. Cita el profe Orozco, con más temor que criterio, la realidad líquida de Bauman, uno de los conceptos más interesantes para cuestionar el inmovilismo del viejo orden, justificador del machismo, el racismo y todas las formas simplistas y convenientes del discurso social.
Varias precisiones. La primera, como bióloga: la evolución nos hizo seres culturales, por tanto, la defensa del determinismo cuestiona todo el desarrollo social de nuestra especie, que incide en su propia biología. Ateniéndonos a los efectos de esa argumentación, renunciemos a todo ropaje, toda vacuna, toda construcción material y simbólica de bienestar: a correr por las sabanas africanas como primates postcapitalistas arrepentidos. La segunda, no somos “imposibles de convencer”, aunque no sé bien de qué nos quieren convencer, salvo que utilicemos sus mismos códigos, creencias y aspiraciones, que aparentemente ven amenazados por nuestro modo de vida queer y nuestros discursos, tan expuestos a la crítica filosófica como todos, nunca homogéneos y, para nuestro mal, a veces tan festivos que no pueden evitar los muertos que produce la discriminación. La boxeadora Imane Khelif, falsamente señalada de ser transgénero, es hoy una víctima de la paranoia de un sector de la sociedad que se victimiza por no asumirse suficientemente “diversa”.
No sería tan vehemente de no haber leído que se nos considera una amenaza. Diré que sentirse amenazad@s por una idea, no importa si es religiosa o desarrollada en un campo de refugiados, en un tanque de pensamiento o en una agencia de mercadeo, sí que constituye una amenaza a la condición crítica de la democracia, donde, con respeto, se puede decir cualquier cosa porque las categorías con las que se pretende organizar el mundo no son únicamente las de una persona, por más diplomas que tenga. Pueda que les resulte perturbador que un hombre geste y dé a luz; a mí, que se pretenda mantener la maternidad como el logro más significativo de las mujeres. Una cosa es su disgusto estético, otra el derecho de cada quien de habitar su cuerpo como desee y defender su hábitat de l@s depredador@s (ambas con la “horrible” y académicamente ilegal @).
Al final, en su atrevida agrupación de personas “woke” afirma que somos fatalistas, y también difiero: es mi experiencia trans y la valoración que hago de la cultura occidental, incluidas ciertas formas de capitalismo, por las cuales considero que somos portadoras de esperanza y alegría en un mundo dominado por la necropolítica, palabra que imagino les produce repeluz. Coincido en algo, sin embargo: nada hay revelado que haya que reverenciar; tampoco sus palabras, que invito a dulcificar.