Bajo la premisa de que es posible armonizar lo que unos llaman “desarrollo”, con lo que otros llaman “sostenibilidad”, se reunió en días pasados un grupo mixto de expertos del “sector” ambiental con equivalentes del “sector” productivo: personas preocupadas por la viabilidad social y ecológica del planeta, provenientes de la industria petrolera, minera y agrícola, y de universidades, ONGs e institutos de investigación. Las comillas en las duplas de términos corresponden a la premisa de que constituyen categorías contradictorias, donde yace precisamente la nuez del debate: no hay desarrollo sin sostenibilidad. A menos, claro, que llamemos desarrollo a esa etapa extremadamente efímera del proceso evolutivo planetario dominada por la humanidad.
El debate se concentró en presentar visiones del desarrollo que podrían constituirse en visiones de sostenibilidad, y viceversa, girando en torno a una de las ideas más importantes de la sociedad contemporánea que preconiza, palabras más o menos, que el bienestar va de la mano con la necesidad de “no comerse todo el pastel al tiempo” (dejar para todos, incluidas las próximas generaciones), haciendo referencia al uso de recursos naturales.
Hasta hace poco, la sostenibilidad se asimilaba a la noción previa de renovabilidad, en la cual se hacía diferencia entre aquellos elementos exhaustibles o limitados en el mundo, y aquellos aparentemente ilimitados, o que, por procesos esencialmente biológicos, eran capaces de reponerse. Pero hoy la diferencia se ha hecho trivial: la velocidad a la que los humanos nos comemos el mundo ha hecho que todo sea limitado, pues el planeta tiene fronteras funcionales o umbrales dentro de los cuales la vida humana es posible, determinados por el efecto cruzado de las tasas más lentas o más rápidas de renovación tanto de los materiales inertes (que podemos reciclar parcialmente), como de los seres vivos (que podemos acelerar o controlar parcialmente). En ambos casos, a pesar de nuestros buenos deseos de contar con una máquina de movimiento perpetuo, priman las leyes de la entropía, como señaló hace décadas el economista Georgescu-Roegen: todo el petróleo del planeta, proveniente de la acumulación de restos orgánicos (solares) por millones de años, se transformará, en menos de doscientos años, en CO2, otros materiales y calor: no propiamente a la tasa de renovación (también solar) de un cultivo de arverjas…
En un planeta imaginario sin petróleo o carbón, por ejemplo la que emergía de la eventual industrialización de la celulosa, es decir, en una cultura global de manejo de vegetación, la tasa de reposición de energía solar disponible para la humanidad sería mucho menor y, por tanto, la población humana viable, equivalente. En otros planetas seguramente podríamos enchufarnos a sistemas más o menos pródigos en energía, pero en todos los casos, lo que entendemos por desarrollo alcanzaría un límite teórico de posibilidades de crecimiento en esa frontera malévola que encontró en 1850 Rudolf Clausius y que aún pretendemos saltarnos imaginativamente.
En cualquiera de los ejemplos, sin embargo, no es el límite teórico el que define las posibilidades reales de construir una sociedad sostenible, ya que la energía fluye de maneras muy diferentes por distintos caminos metabólicos interdependientes: es en la compleja agregación de ciclos de vida naturales o artificiales en donde se construye cada día ese umbral de probabilidades, y también lo que nos tienta a simplificar el mundo al máximo: todo sería más eficiente sólo con seres humanos y cultivos de algas en perpetua renovación. El único problema de tal sistema sería su incapacidad total de adatarse al más mínimo cambio de las condiciones externas, pues su estabilidad posee la máxima fragilidad, haciéndolo, necesariamente, efímero.
La tarea de construir un mundo sostenible con desarrollo, es decir, donde controlamos algo de los caminos cruzados de centenares de procesos operando de manera simultánea y medianamente predecible, depende de entender los puntos críticos donde se dan las interacciones sociales y ecológicas, y construir con ellos una red de seguridad. Ese es el desarrollo de la sostenibilidad.