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Aranceles: Historia de fracasos

Camilo Guzmán

A finales de los años 20, dos congresistas, Reed Smoot y Willis C. Hawley, que no eran economistas, pero sí políticos astutos con malas ideas, tenían como objetivo “proteger” a los productores y trabajadores estadounidenses en un momento de gran incertidumbre económica. Estados Unidos se encontraba en una gran crisis tras la caída de la bolsa en 1929. Smoot y Hawley creían que al elevar los aranceles y reducir las importaciones, los productos estadounidenses ganarían terreno en el mercado interno, lo que se traduciría en más empleos y mayor riqueza.

Comenzaron a trabajar en lo que se convertiría en la Ley de Aranceles Smoot-Hawley, con la promesa de elevar los aranceles a más de 20.000 productos importados. Sus intenciones resonaron con una parte del electorado: los agricultores que luchaban contra la competencia de productos agrícolas extranjeros y los industriales que veían cómo sus mercados se saturaban con bienes importados más baratos. La narrativa era sencilla: proteger lo nuestro para asegurar el futuro. Sin embargo, lo que prometía ser una solución se convirtió en un grave error de cálculo económico y político.

Antes de la aprobación de la ley, más de mil economistas de las universidades más prestigiosas firmaron una carta pública advirtiendo sobre las consecuencias de estos aranceles. Señalaron que la medida no solo fallaría en reducir el desempleo, también provocaría represalias de otros países, resultando en una caída del comercio mundial y un agravamiento de la depresión económica. Sin embargo, como suele pasar, la política superó a la voz de los expertos; la presión de grupos de interés y la urgencia de ofrecer respuestas rápidas a los problemas económicos llevaron al Congreso a aprobar la ley. En junio de 1930, el presidente Herbert Hoover firmó la ley Smoot-Hawley.

Las predicciones de los economistas se cumplieron rápidamente. En cuestión de meses, otros países respondieron a los aranceles estadounidenses con sus propias barreras comerciales, y el comercio mundial se contrajo drásticamente. Estados Unidos se hundió aún más en la Gran Depresión. La tasa de desempleo, que estaba en 6% cuando se aprobó la ley, se disparó a 11,6% en solo cinco meses y continuó creciendo hasta superar 25% en los años siguientes. La ley que debía salvar empleos terminó destruyéndolos.

Cinco décadas más tarde, la historia se repetiría, esta vez con la industria del acero. En los años 80, el número de empleos en la industria del acero estadounidense había caído dramáticamente, de 340.000 a 125.000. Frente a esto, se implementaron políticas para reducir la importación de acero. Los aranceles elevaron los precios del acero en el mercado interno. Las industrias que dependían de este insumo, desde la automotriz hasta la construcción, se vieron forzadas a lidiar con costos más altos. En lugar de revitalizar la economía, las políticas arancelarias produjeron un efecto dominó que afectó a toda la cadena productiva. Se estima que, aunque los aranceles salvaron 5.000 empleos en las acerías, se perdieron 26.000 empleos en otros sectores.

Hoy en Colombia, algunos empresarios y gremios vuelven a unirse para pedirle al gobierno de Gustavo Petro aumentar los aranceles al acero, una propuesta que seguramente retumbará y será apoyada, pues, como Smoot y Hawley, este gobierno está lleno de políticos con malas ideas. El resultado será el mismo: destrucción de empleos y pérdidas económicas. Ojalá algún día aprendamos de los errores de la historia.

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