Colombia no es una potencia agrícola
miércoles, 6 de agosto de 2025
Camilo Guzmán
Se ha repetido hasta el cansancio -como mantra nacional- que Colombia es una potencia agrícola. Que tenemos todo para ser la “despensa del mundo”. Pero esta afirmación, es más un deseo que una realidad. Porque no solo basta con tener tierras fértiles para ser potencia. Ni tener diversidad equivale a tener un agro moderno, libre y próspero.
Las verdaderas potencias agrícolas no son las que tienen más tierra, sino las que tienen una mentalidad de crecimiento exponencial y de juego de suma positiva. Son aquellas que han entendido que la riqueza no es un botín fijo a repartir, sino una creación constante que emerge de la cooperación libre, de la innovación y del emprendimiento. Mientras el agro colombiano siga atrapado en una lógica defensiva, de protección, de subsidios, de victimismo y de sospecha hacia el comercio, nunca dejará de ser marginal.
No se puede hablar de potencia agrícola si se teme al comercio internacional. Toda economía dinámica se basa en el principio de ventaja comparativa: especializarse en lo que mejor hace y comerciar lo demás. Pero aquí, cada vez que se menciona el libre comercio, se responde con pánico. Una verdadera potencia agrícola ofrece lo mejor de sí al mundo y acepta lo mejor del mundo con gratitud. No le teme a la competencia: la abraza, la honra y aprende de ella.
Ningún país se convierte en potencia sin tecnología de punta ni sin un ecosistema que facilite la importación de conocimiento, maquinaria y talento. Y eso implica eliminar aranceles, impuestos a la importación de equipos agrícolas, y restricciones absurdas al intercambio de ideas. Implica promover un agro bilingüe, conectado a centros de investigación, abierto a la disrupción digital. Pero aquí seguimos cargando de aranceles e impuestos la importación de una cosechadora.
La propiedad privada no es un lujo burgués. Es el cimiento de cualquier economía agrícola moderna. Ningún inversionista, productor o empresario -grande o pequeño- se atreve a sembrar a largo plazo si sabe que su tierra puede ser invadida, expropiada o convertida en pieza de negociación política. La propiedad es lo que convierte la tierra en capital. Y sin capital, no hay producción, innovación ni desarrollo.
La violencia y el control territorial en zonas rurales son enemigos directos y poderosos del desarrollo agrícola. Un país que no garantiza seguridad física para el productor, el comercializador y el consumidor, está condenado a vivir en el subdesarrollo. No se puede sembrar con fusiles al lado, ni prosperar con extorsión sistemática. La seguridad no es un lujo, es una condición habilitante.
Mientras el agro colombiano dependa del favor político, de subsidios discrecionales, de intervenciones arbitrarias y de la burocracia institucional, no será libre ni eficiente. Necesitamos menos Estado y más mercado. Menos paternalismo y más empoderamiento. Menos proteccionismo y más competencia.
El rol del Estado no es ser agricultor, ni comercializador, ni juez de qué se debe sembrar. Su rol es claro y limitado: garantizar reglas de juego claras, proteger la propiedad, proveer seguridad, asegurar la justicia y castigar al violento. Todo lo demás, sobra.
Colombia tiene tierras y buen clima, pero para ser potencia agrícola necesita mucho más: una revolución mental, una transformación institucional y una liberación económica. Solo entonces dejaremos de repetir que “tenemos con qué” y empezaremos realmente a tener.