Analistas

El país que se queda sin futuro

Camilo Guzmán

El Reino Unido anunció que volverá a exigir visa a los colombianos. Una noticia que generó indignación en una pequeña minoría desconectada de la realidad del país. Pareciera que los opinadores olvidaran que, con el ingreso promedio de un colombiano, soñar con viajar al Reino Unido es tan lejano como hacerlo a la luna. Para muchos, incluso visitar Cartagena parece inalcanzable. Sin embargo, detrás de esa decisión que poco afecta a la mayoría de colombianos, hay una realidad preocupante: el aumento de solicitudes de asilo. Son personas que, ante la desesperanza, han optado por abandonar el país a cualquier costo.

“¿Qué futuro hay para un país si el éxito es poder huir de él?” escribió Carlos Vives en el libro Reimaginando a Colombia. Sus palabras son más actuales que nunca. En los últimos dos años, cerca de un millón de colombianos han dejado el país: 500.000 en 2022 y 445.598 en 2023. Entre 2012 y 2019, la migración promediaba 200.000 personas al año, una cifra preocupante, pero manejable. Ahora, el éxodo se ha disparado.

Lo más alarmante no es solo cuántos se van, sino quiénes. El 80% de los migrantes en 2022 tenían menos de 40 años, y más de un tercio estaban entre los 18 y 29 años. Estas cifras representan la fuga de una generación que debería estar liderando el desarrollo del país, innovando y construyendo su futuro aquí. Colombia es hoy un país que expulsa a los jóvenes.

En Colombia, soñar se ha convertido en un lujo que pocos pueden permitirse. Las malas políticas, la incertidumbre económica y la falta de confianza han creado un ambiente en el que quedarse parece una apuesta demasiado arriesgada. Cada día, más colombianos sienten que aquí no hay espacio para sus sueños.

Pero no todo se explica por la coyuntura actual. Colombia lleva años sin un proyecto de país que emocione. Ni el gobierno ni la oposición han ofrecido una visión inspiradora que invite a creer en un futuro posible. La narrativa dominante es la del escape: sobrevivir o huir. Haz la prueba, pregunta a un grupo de jóvenes si se irían del país si tuvieran la oportunidad, la mayoría levantará la mano. Esto no es solo perder gente, es perder sueños. Y lo más frustrante es la pasividad de quienes podrían cambiar esta realidad. Empresarios y sectores influyentes han asumido un rol cómodo e indiferente. La mayoría está de brazos cruzados, conformes con dejar que las cosas pasen. Si los líderes no creen en Colombia, ¿cómo convenceremos a la próxima generación de hacerlo?

Las consecuencias de esta fuga ya son evidentes. Por primera vez, los colombianos son el segundo grupo más grande de migrantes que cruzan irregularmente el Tapón del Darién, arriesgándolo todo por salir. Al mismo tiempo, las remesas que envían los que se fueron han crecido de US$400 millones mensuales en 2020 a casi US$1.000 millones en 2024. Pero ese dinero no reemplaza el talento, las ideas ni la fuerza productiva que estamos perdiendo.

El verdadero desafío no es solo detener el éxodo. Es construir un país donde quedarse sea un privilegio, donde los sueños nazcan aquí. Necesitamos creer que este país puede ser el lugar donde las personas construyan su proyecto de vida y prosperen.

Estamos a tiempo. Pero para lograrlo, debemos despertar del letargo y asumir la responsabilidad. Necesitamos acción. Necesitamos compromiso. No hay margen para la indiferencia. Porque un país que se queda sin soñadores, tarde o temprano, se queda sin alma.

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