La igualdad de permiso
miércoles, 20 de noviembre de 2024
Camilo Guzmán
La igualdad es un término matemático: dos cosas iguales tienen el mismo valor numérico, tamaño o peso. Es un concepto útil para ecuaciones, pero inadecuado para comprender la complejidad de las relaciones humanas. Trasladar este término a las ciencias sociales ha sido un grave error intelectual. Los seres humanos somos individuos únicos, con diferencias en talentos, intereses y aspiraciones. Pretender que todos seamos iguales bajo esta visión reduccionista no solo ignora lo que nos define como humanos, sino también lo que hace posible la libertad: las diferencias.
Las sociedades prosperan porque las personas son diversas. Eliminar estas diferencias en nombre de una mal entendida “igualdad” no solo es erróneo, sino destructivo. Existen dos enfoques predominantes que han intentado definir la igualdad en la sociedad: la igualdad de resultados y la igualdad de oportunidades.
La igualdad de resultados busca que todos obtengan lo mismo, ignorando las diferencias naturales y los méritos individuales. Este enfoque requiere redistribución forzada, controles y límites que destruyen los incentivos y llevan al estancamiento económico. Ejemplos históricos, como la Unión Soviética o Corea del Norte, muestran cómo esta obsesión por igualar resultó en pobreza generalizada y autoritarismo. La igualdad de resultados no solo es impráctica, es inmoral, porque castiga la excelencia y anula la creatividad.
Por otro lado, la igualdad de oportunidades propone nivelar el punto de partida, pero se enfrenta a desafíos insalvables. ¿Cómo compensar el lugar de nacimiento, la herencia genética o la educación familiar? Este ideal requiere intervenciones estatales desmesuradas que, aunque bien intencionadas, son ineficaces y limitan las capacidades individuales. Si bien no es tan opresivo como la igualdad de resultados, su implementación a gran escala tiende a generar dependencia del Estado y sofocar la iniciativa personal. La búsqueda de “condiciones igualitarias perfectas” termina, paradójicamente, reforzando desigualdades al concentrar poder en quienes deciden cómo y a quién beneficiar.
Sin embargo, existe un tipo de igualdad que no solo respeta la libertad, sino que la refuerza: la igualdad de permiso. La igualdad de permiso asegura que todos tengan el derecho de intentar, sin barreras arbitrarias. No busca igualar resultados ni puntos de partida, sino garantizar que nadie sea excluido de participar en la sociedad. Este principio fomenta la cooperación voluntaria y la competencia, motores del progreso y la innovación. Durante el Gran Enriquecimiento, los países que adoptaron principios liberales transformaron economías estancadas en potencias prósperas, multiplicando la riqueza global en apenas dos siglos.
El mayor enemigo de la igualdad de permiso es el estatismo. Cada intervención estatal que busca igualar resultados u oportunidades crea barreras artificiales que sofocan la libertad. Regulaciones excesivas, proteccionismo y favoritismos políticos benefician a unos pocos a costa de la mayoría. En lugar de fomentar la igualdad, el estatismo perpetúa la desigualdad.
La igualdad de permiso no promete utopías ni resultados idénticos, pero asegura que cada persona tenga la oportunidad de prosperar según su esfuerzo y talento. Es la única igualdad que respeta la dignidad humana y promueve el verdadero progreso social. Defender la igualdad de permiso es defender la libertad misma. Y es, sin duda, el único camino ético y sostenible hacia una sociedad más justa y próspera.