Analistas 25/06/2025

La libertad no se negocia

Camilo Guzmán
Director ejecutivo de Libertank

La reciente aprobación de la nefasta reforma laboral -que condenará a millones al desempleo, a la informalidad y a la pobreza- es otra muestra de la profunda desconexión entre quienes legislan y la realidad de Colombia. También confirma el alto precio de sentarse a “negociar” la libertad. Hace unos meses, en una conversación con un congresista de la oposición, me insistía en que “la política exige hacer concesiones; hay que entregar algo a cambio”. La oposición empezó cediendo y hasta propuso imponer una prima extra a los trabajadores de empresas que crecieran más del 4 %. Luego cuando quisieron corregir el rumbo ya era demasiado tarde para mitigar el daño.

Esa idea de entregar “pequeñas porciones” de libertad bajo el pretexto del pragmatismo político es tan antigua como peligrosa. La libertad no es un bien divisible que se negocia a plazos: o se defiende toda, o se pierde completa. Neville Chamberlain, tras el acuerdo de Múnich en 1938, creyó que bastaba la “colaboración y la buena voluntad” para aplacar el hambre expansionista de Hitler. Aquella aparente prudencia vendió los Sudetes y, lejos de garantizar la paz, fortaleció al Tercer Reich y condujo al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Cada concesión abre una grieta en el dique que contiene al autoritarismo. Ceder para “no parecer radicales” se convierte en una serie de renuncias pequeñas, pero que acumuladas conducen a la liquidación total de la libertad, la democracia y el Estado de Derecho. Bien decía Churchill “Un apaciguador es quien alimenta al cocodrilo, esperando que lo devore de último”. Frente a un gobierno que pretende reformar la Constitución a su antojo y ha mostrado desdén por los controles de legalidad, toda concesión solo engorda al cocodrilo.

Los defensores de la “moderación” creen que la buena voluntad domará a los leones. La historia y la experiencia política contemporánea demuestran lo contrario: el poder dispuesto a minar frenos democráticos rara vez se contenta con migajas. Exige siempre una nueva ronda de cesiones, hasta que el centinela pierde la noción de lo que defendía.

Ante esa voracidad, la mejor estrategia no es el pulso aislado ni la protesta dispersa, sino la formación en Testudo. Los antiguos legionarios romanos unían escudos horizontal y verticalmente para crear un caparazón impenetrable: avanzaban sin exponer ni un centímetro al fuego enemigo. Aplicado a la defensa de la democracia, el Testudo exige:

• Unidad: periodistas, jueces, congresistas y ciudadanos coordinados en un frente insobornable, sin rendijas que el poder pueda explotar.

• Disciplina: compromiso mutuo de no ceder ni un ápice, sin retroceder cuando arrecien los embates.

• Protección total: blindaje institucional y social que salvaguarde cada pilar de la libertad

La libertad no admite medias tintas. Esa lógica cabe en una transacción comercial, no en un contrato moral. Si comenzamos a ceder ahora “para avanzar después”, caeremos en un círculo vicioso: perderemos primero lo accesorio, luego lo esencial, y finalmente la propia capacidad de resistencia. Este momento exige claridad de principios y un frente sólido: o defendemos toda la libertad con la firmeza de un Testudo romano, o veremos cómo, por pequeñas rendijas, el autoritarismo se infiltra y destruye todo. No es un discurso extremo; es puro sentido común. Porque cuando la libertad se negocia, se convierte en prenda de cambio… y termina completamente perdida.

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