Analistas 15/10/2025

Libertad, capitalismo y paz

Camilo Guzmán
Director ejecutivo de Libertank

El Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado es un recordatorio de que la paz no es el silencio que imponen los tiranos, sino la consecuencia natural de la libertad. Ninguna sociedad sometida, ningún pueblo despojado de su capacidad de decidir, ningún grupo de personas al que se le niega el derecho a construir su propio proyecto de vida puede vivir en paz. Lo que en apariencia parece orden o estabilidad bajo el mando de un poder descomunal, tarde o temprano se convierte en hambre, resentimiento y violencia. La libertad es la condición de posibilidad de toda convivencia civilizada.

Los pueblos libres comercian, dialogan y cooperan porque cada individuo puede perseguir su propio bien sin necesidad de destruir el ajeno. Allí donde el poder decide por los demás, no hay sociedad, sino servidumbre. Y de la servidumbre no nace la paz, sino el miedo.

En ese contexto, el capitalismo es la arquitectura moral que hace viable la libertad. Una comunidad puede declararse libre en sus leyes, pero si sus ciudadanos no pueden elegir qué producir, con quién intercambiar o cómo prosperar, esa libertad es un espejismo. El capitalismo, en su sentido más profundo, es la institucionalización de la cooperación voluntaria entre individuos que se reconocen como iguales en dignidad, no en resultado.

Sustituye la coerción por el contrato, la rapiña por el intercambio, el privilegio por la competencia. Solo en una sociedad capitalista la libertad puede ejercerse de forma plena, porque solo allí el poder político encuentra un límite real, el de las decisiones individuales de millones de personas que no necesitan permiso para crear.

El capitalismo es, en última instancia, la traducción práctica del principio moral de la libertad: que nadie tiene derecho a imponer a otro su visión del bien. Por eso, en las sociedades libres, el progreso no es producto de un plan, sino de un orden espontáneo de cooperación. Y es ese orden el que hace posible la paz. No porque elimine el conflicto, sino porque lo somete a reglas que impiden que la fuerza se convierta en argumento.

Los países que han optado por economías abiertas y por el respeto a la propiedad privada no solo son más prósperos, también son más pacíficos. En ellos, los conflictos se resuelven con leyes, no con balas, con votos, no con purgas. Cuando las oportunidades abundan, la violencia pierde su sentido. La cooperación se vuelve más rentable que la destrucción.

El premio a María Corina Machado tiene, por eso, un valor simbólico mayor. Representa el triunfo moral de la libertad sobre el miedo, de la dignidad sobre la sumisión. Pero también nos recuerda lo frágil que es ese equilibrio. La paz que brota de la libertad y del capitalismo no está garantizada: es una conquista siempre amenazada. Cada generación debe volver a elegirla, defenderla y justificarla frente a las tentaciones del control y del igualitarismo autoritario.

Porque la historia enseña que la paz sin libertad es una mentira, y que la libertad sin responsabilidad degenera en caos. La verdadera paz no es la ausencia de conflicto, sino la victoria de la razón sobre la fuerza. La libertad es el valor supremo porque de ella depende todo lo demás: la dignidad, la justicia, la paz. Por eso, cuando se la amenaza, defenderla deja de ser una opción y se convierte en un deber. Hay causas por las que vale la pena vivir, pero solo una por la que vale la pena morir: la libertad.

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