Analistas 18/10/2023

¿Negocio y educación?

Camilo Guzmán
Director ejecutivo de Libertank

En una sociedad donde la mayoría, equivocadamente, ve el lucro como algo inmoral, mi columna “En defensa del lucro” generó, como era de esperarse, toda suerte de debates.

Quizás uno de los puntos más debatidos fue la mención que hice de que la educación puede ser un negocio lucrativo. Incluso muchos críticos estaban dispuestos a considerar el lucro en áreas como los servicios públicos y la salud, pero en la educación, les parece una locura.

Para abordar este tema, debemos comenzar definiendo qué es el lucro. Según la Real Academia Española, se refiere a la “ganancia o provecho que se saca de algo”. Es fundamental entender que no todo lucro es material o monetario; puede manifestarse de formas intangibles.

Por ejemplo, el bienestar que sentimos al realizar una buena acción también se puede considerar como una forma de lucro. En realidad, las interacciones humanas están permeadas por algún tipo de ganancia, ya sea material, emocional o moral.

Hay un mantra que se ha repetido a lo largo del tiempo: “la educación no puede ser un negocio”. Sin embargo, al indagar en las razones detrás de esta declaración, es difícil encontrar argumentos sólidos. Si creemos que la educación no debería generar lucro, ¿implica que los educadores no deberían recibir salarios dignos? Un profesor invierte tiempo, energía y pasión en su trabajo, por lo que es lógico y justo que reciba una compensación por ello.

Si reconocemos y aceptamos que la profesión docente merece ser remunerada, ¿por qué es impensable que el sistema educativo en sí pueda ser lucrativo?

Los académicos y escritores, motivados por el amor al conocimiento, dedican incontables horas a la investigación, la redacción y la edición. Sin embargo, cuando estos intelectuales obtienen regalías por sus libros o investigaciones, nadie parece cuestionarlo. La sociedad comprende que detrás de cada obra hay esfuerzo, dedicación y, en muchos casos, sacrificio.

Del mismo modo, los descubrimientos científicos, a pesar de ser impulsados por la curiosidad y el deseo de contribuir al bien común, también generan ingresos, y es totalmente justo.

Sin embargo, cuando se introduce la figura del empresario en el ámbito educativo, surgen prejuicios. Si un empresario invierte en educación, arriesga capital y logra establecer instituciones educativas de alta calidad, ¿por qué no debería recibir un retorno de su inversión? La inversión privada ha sido fundamental en la creación de algunos de los centros educativos más innovadores del mundo.

A menudo, el rechazo al lucro en la educación proviene del temor de que se convierta en un privilegio solo para quienes pueden pagar. No obstante, hay modelos, como el del voucher educativo, que buscan equilibrar el terreno, promoviendo tanto la calidad como la equidad.

La educación va más allá de la simple transmisión de conocimientos y valores. Es una estructura intrincada que exige inversión, una gestión eficaz y una visión a largo plazo. Los empresarios son solucionadores de problemas complejos y sin duda desempeñan un papel fundamental en la solución de desafíos tan complejos como asegurar universalidad y calidad en la educación.

En vez de negar o rechazar la idea de que la educación pueda ser un “negocio”, deberíamos enfocarnos en cómo la iniciativa empresarial y el deseo de lucro, correctamente canalizados, pueden ser aliados poderosos en la búsqueda de garantizar el acceso a una educación de calidad para todos.

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