Ni presente, ni pasado
miércoles, 25 de septiembre de 2024
Camilo Guzmán
La alternativa de Colombia no debe ser entre las ideas fracasadas del presente, que han condenado a la pobreza a millones en el mundo, y el progreso mediocre del pasado. Tenemos que aceptar que el modelo de país que construimos generó frustración y desesperanza, lo que llevó a muchos a elegir una peligrosa aventura socialista, basada en ideales vacíos, discursos rimbombantes y falsas promesas, simbolizadas por Gustavo Petro y Francia Márquez. La discusión no puede centrarse en continuar con el perverso presente o defender un pasado mediocre. Debemos soñar con un país que multiplique las oportunidades y la riqueza para todos, que sea seguro y donde las personas puedan desarrollar su proyecto de vida en libertad.
No digo que no haya habido avances, ni que debamos destruir lo construido. Pero el modelo pasado no creó el progreso social que necesitábamos. A pesar de que Colombia redujo la pobreza extrema de 17% en 1990 a 12% en 2020, el ritmo fue mucho más lento que el de países como Chile o Uruguay. Mientras Colombia redujo la pobreza extrema a una tasa promedio anual de 1,08%, Chile y Uruguay lo hicieron a más del 10% en períodos similares. El crecimiento económico también fue mediocre: entre 1990 y 2020, el PIB per cápita creció un promedio anual de solo 1,5%, comparado con 3% de Chile.
El problema es que nuestro modelo ha estado más cerca del capitalismo de amigotes que de una verdadera economía de libre mercado. Esto ha permitido el crecimiento del Estado en tamaño e intervención, favoreciendo a algunos a través de aranceles, controles de precios y subsidios que distorsionan el mercado. Como resultado, tenemos grandes concentraciones de poder económico, no gracias a la competencia, sino al favoritismo estatal. Esto afecta al consumidor, especialmente al más pobre, y ha limitado la innovación y la competencia necesarias para progresar.
Al mismo tiempo, la población se ha acostumbrado al asistencialismo desbordado, que perpetúa la pobreza en lugar de resolverla. Los subsidios, lejos de mejorar la calidad de vida, aumentan el poder de los políticos de todos los partidos y destruyen cualquier atisbo de dignidad individual. Este asistencialismo no solo proviene del Estado; también está profundamente arraigado en las fundaciones empresariales y los programas privados de solidaridad, que muchas veces refuerzan la dependencia en lugar de promover la autonomía. Tampoco tenemos un verdadero Estado de Derecho, con leyes generales, abstractas y estables, aplicadas por jueces imparciales. Lo que prevalece es un Estado de Legislación, con leyes particulares, cambiantes y subordinadas a intereses políticos, y una justicia ineficiente y corrupta.
La solución no es radicalizar aún más el estatismo, como propone el actual gobierno, que pasa de la intervención estatal a la estatización completa y de la libertad a la servidumbre. Colombia necesita una verdadera alternativa que incremente la libertad para que cada ciudadano desarrolle su máximo potencial. Necesitamos una economía de libre mercado, con regulaciones mínimas y generales, impuestos bajos, y un Estado que sea árbitro imparcial y facilitador. También requerimos un verdadero Estado de Derecho, con pocas leyes generales, predecibles y estables, que limiten el poder estatal y no lo expandan.
Solo respetando la libertad individual y reduciendo la intervención estatal, podremos ofrecerle a Colombia una nueva alternativa: ni presente, ni pasado, sino un futuro de progreso y libertad.