Hoy, vivimos en el mejor momento en la historia de la humanidad. Diariamente, 138.000 personas salen de la pobreza; vivimos en un mundo más próspero que nunca, donde la economía ha crecido exponencialmente en dos siglos y la pobreza extrema se ha reducido de más de 80% a menos de 8% en ese tiempo. Desde la Revolución Industrial, la humanidad ha logrado más del doble de progreso en 100 años de lo que había alcanzado en los 1.800 años anteriores.
Contrariamente a las predicciones apocalípticas, los recursos se han vuelto más abundantes y accesibles. Los avances en productividad y disponibilidad de cultivos han incrementado el suministro mundial de alimentos. La urbanización ha permitido la expansión de bosques y la recuperación de hábitats, favoreciendo el florecimiento y la repoblación de innumerables especies y desde los años sesenta, la cantidad de emisiones de CO2 por dólar ha disminuido constantemente. Además, estamos cerca de reservar 59 millones de kilómetros cuadrados exclusivos para la naturaleza.
El aumento en la alfabetización ha reducido las tasas de pobreza, y el incremento en el acceso a la educación se ha traducido en salarios más altos y más oportunidades.
La esperanza de vida global, que durante la mayor parte de la historia humana rondaba los 30 años, ha ascendido a 72 años en los últimos dos siglos, gracias a la disminución de enfermedades infecciosas, conflictos bélicos e inseguridad alimentaria. La tasa de mortalidad infantil ha decrecido notablemente, en gran medida debido a la medicina moderna y el acceso temprano a vacunas. El índice global de homicidios ha disminuido progresivamente en las últimas tres décadas.
A pesar de este panorama, la narrativa predominante se inclina hacia el pesimismo, un espejismo que nos seduce con la idea de un mundo en declive, negando el progreso palpable a nuestro alrededor. En este contexto, un estudio reciente publicado en ‘Nature Human Behaviour’ demuestra que las palabras negativas en los titulares de prensa incrementan las tasas de clics, mientras que las positivas las disminuyen. Esta tendencia, arraigada en la psicología humana, sugiere que nuestra atención está sesgada hacia el contenido negativo.
Estamos, sin duda, en el mejor momento en la historia de la humanidad para estar vivos. Sin embargo, este progreso se ve opacado por una narrativa dominante que se inclina hacia el pesimismo y la negatividad. Estamos en un punto de inflexión histórico, un momento donde las estadísticas y los logros hablan por sí solos, evidenciando una realidad que desafía el persistente manto de pesimismo de la narrativa global. Cada avance, cada mejora en nuestras condiciones de vida, está documentado y es indiscutible, y aún así, la percepción de un futuro menos optimista persiste en el imaginario colectivo.
La negatividad captura la atención, forma opiniones y es aprovechada por políticos populistas para ganar elecciones. Frente a este escenario, nuestro deber es seleccionar cuidadosamente lo que elegimos creer y difundir. Prefiramos siempre los datos y hechos reales y no nos dejemos influenciar por temores infundados. Así, reafirmamos nuestro compromiso con el progreso y con la creación de un futuro que, aunque no esté exento de retos, está lleno de posibilidades y de la promesa de un mundo mejor. Que no sea el eco de la negatividad, sino el poder de la verdad informada y equilibrada, lo que guíe nuestro futuro.