Colombia vive una desindustrialización, ya reconocida por todos, que algunos han entendido como un asunto coyuntural, cuando se trata de un proceso estructural que ya hizo crisis.
No vamos a entrar en los detalles, que son muchos y muy dicientes; baste aquí mencionar que: 1. El aporte de la industria al PIB, que, según los articulistas más benevolentes se redujo en 6 puntos porcentuales entre 1974 y 1999 y que, según las estadísticas del Dane, prácticamente no ha levantado cabeza con posterioridad.
Y 2. En 1960 las exportaciones “tradicionales” representaban el 72% de las exportaciones totales, en 2001 se logró reducir el porcentaje al 44%, como consecuencia de una continuada política de Estado tendiente a reducir la dependencia externa de dichos “tradicionales”.
¡Hoy hemos dado un salto atrás de 50 años y la importancia de las exportaciones “tradicionales” llegó al 70%!
¿Las causas? Como en todos los procesos de esta índole son variadas, pero cabe destacar los resultados de algunos acuerdos comerciales, acompañados por la continuada revaluación del peso colombiano.
Los acuerdos más relevantes que han tenido vigencia desde la década de los años 90 han sido con México (1994), Chile (1994) y Mercosur (2004), los cuales en el curso de los ocho últimos años han arrojado un déficit comercial creciente que no ha podido ser enjugado con el superávit conseguido con los demás países del mundo.
Entonces, habiendo sido su propósito obtener mejor acceso a nuestras exportaciones, ¿lo hemos logrado? No; más bien, hemos tenido que redoblar esfuerzos en otros mercados para acopiar las divisas requeridas para pagarles las compras a los que iban a ser excelentes socios comerciales nuestros.
Y no es que los tratados comerciales sean buenos o malos por sí mismos; son buenos en la medida en que sean equitativos para las partes, o malos si no se desarrollan equilibradamente.
Pasemos, ahora, al sector automotor, que es una industria “punta de lanza” del desarrollo económico y social por su efecto de arrastre en múltiples subsectores manufactureros, en el desarrollo y la asimilación de tecnologías, y en la generación de empleo altamente calificado, por supuesto, en la medida en que incorporen partes nacionales.
Entre 2003 y 2011, las ventas totales de vehículos al por mayor y las importaciones desde Mercosur se triplicaron, mientras que las importaciones desde México, ¡se multiplicaron por 75!
Y todo esto se dio mientras que la participación de la producción colombiana retornó a los niveles de hace medio siglo.
Así pues, ¿cómo buscar equidad? Renegociando los tratados, de manera que las ventajas sean recíprocas, como, por ejemplo, lo hicieron recientemente Brasil y México, o como ha venido operando el intercambio automotor entre Argentina y Brasil desde los inicios del Mercosur.
Y mientras estas medidas comienzan a surtir efecto, aplazar la entrada en vigencia de otros acuerdos comerciales.