Sin querer ponerle tinte político, u oponerme a la generación de empleo o la consecución de riquezas para unos cuantos, creo que no es entendible ni justo lo que viene sucediendo, esto que se convierte en un atentado contra la vida del ser humano: la explotación indiscriminada de los recursos naturales.
Como pasajeros del mundo solo deberíamos dejar huellas de buenos actos en nuestra madre tierra; en la naturaleza que nos brinda el agua como un tesoro de vida. ¿Cómo se explica entonces, que los gobiernos combatan la explotación ilegal de los recursos naturales y que, a su vez, estén negociando para que este fenómeno se haga dentro del marco legal y jurídico? ¿Cómo entender que se permita acabar, de forma despiadada, con el ecosistema y que se ponga en peligro la existencia de sus reservas y las etnias de este amado país, contando incluso con la negligencia de las autoridades ambientales? ¿Cuáles serán los límites? ¿Qué mensaje les dejaremos a nuestros hijos, al ser protagonistas, cómplices, y lo peor, simplemente espectadores pasivos al ver cómo arrasan con los recursos?
Infortunadamente, la realidad que nos acompaña, es que el planeta hoy se ve enfrentado a los ciudadanos que lo habitamos y castigamos de forma inmisericorde. Sí, al hombre, su único depredador, lamentable y paradójico, porque el único ser viviente supuestamente con capacidad de raciocinio, inteligente y superior a cualquier ser vivo, es el ser humano. Este que está lejano de comportarse como la misma naturaleza, en medio de su sabiduría, que tiene la capacidad de regenerarse sola. Triste panorama.
La ambición económica de las sociedades no puede ir en contravía del equilibrio ambiental. Son millones de árboles y bosques nativos los que desaparecen bajo la mirada complaciente de las autoridades y los ciudadanos, especialmente de este lado del mundo.
El Amazonas es el pulmón de un planeta que agoniza ante la indiscriminada explotación de su región selvática. La Serranía de La Macarena, un lugar lleno de magia y encanto, es devorada por las fuerzas oscuras de la delincuencia que arrasa con la vida natural, para darle paso a cientos de hectáreas de cultivos ilícitos y, en años recientes, a grandes “potreros”. Estos son manejados por los mal llamados empresarios que llegaron para transformar el hábitat de las plantas y de los animales salvajes por el negocio de la ganadería extensiva, yendo así en contravía de los preceptos de la sostenibilidad, por cuanto ésta altera el ecosistema y produce la pérdida de la fertilidad de los suelos. ¿De qué nos sirve talar árboles para darle espacio a la ganadería? ¿Será que en el futuro la sed se nos va a saciar con la sangre del ganado bovino?
Los Llanos Orientales son igualmente apetecidos por grandes grupos económicos, las petroleras y los pequeños inversionistas que creen que al aumentar su riqueza a costa de la naturaleza, su patrimonio perdurará para siempre.
Santuarios como el Páramo de Santurbán, entre Santander y Norte de Santander, son pretendidos por las desmedidas ambiciones de las multinacionales mineras, pero para destruirlos y salir, bajo las normas del capitalismo salvaje, llenos de riqueza a costa de acabar con las fuentes hídricas.
Jericó, una reserva cultural de Antioquia, es también apetecido por los colmillos de los explotadores de recursos naturales, en este caso, los mineros. Y si estamos hablando de recursos, como los define la lengua castellana, estos son para cuidarlos y no para destruirlos.
Ningún recurso es más importante en el mundo que el agua, pues se trata de un patrimonio ambiental y ahora también económico. Ni el oro, la plata, el cobre, el carbón, o el petróleo y la ganadería, se le comparan. Nada amerita acabar con las fuentes de vida para convertirlas en recursos no renovables.
Hacemos parte de una sociedad tan enferma que solo pensamos en el bien individual y lo que suceda a corto plazo, sin importarnos las futuras generaciones. Somos protagonistas y sujetos de la crítica; nos encanta hablar de lo malo que hacen los demás y no somos conscientes de que en muchos de nuestros actos diarios estamos contaminando el planeta y que desperdiciamos el vital líquido como si fuera de acceso ilimitado e inagotable.
Hasta hace poco era difícil imaginarse que el agua sería un negocio. Hoy se vende de forma masiva y se comercializa más. Si esta es un bien rentable, entonces cuidémosla y preservemos sus fuentes, porque los billetes no servirán para calmar la sed que se sentirá por el recalentamiento global ya que las guerras, en el futuro, serán para apoderarse del precioso líquido.
Si continúa este capitalismo voraz, cuyo principio fundamental es la acumulación de riquezas a cualquier precio, ¿dónde están los expertos en economía que no se percatan de que el agua, además de ser vida, será el motor para la subsistencia de este sistema económico y social? ¿Por qué no recalcan que este líquido es fundamental para la supervivencia de cada negocio? ¿O será que la sed del capitalismo nos dejará sin agua?