Bajo desempleo y la ilusión del mercado laboral
Colombia celebra un dato que parece histórico. El desempleo llegó al 8.2% en octubre de 2025, la cifra más baja en más de dos décadas. A primera vista suena a hazaña nacional, un logro digno de discurso oficial y honores estadísticos. Pero la Geih, leída con calma y no con euforia, revela una verdad mucho menos festiva. No estamos creando empleo de calidad. Estamos perdiendo población activa. Es como anunciar que corrimos más rápido porque el resto de los competidores se retiró en silencio.
La ecuación del desempleo es sencilla y a la vez implacable. Si la fuerza laboral se reduce, la tasa cae aunque el país no esté generando trabajos nuevos o decentes. Eso es lo que vivimos. La Tasa Global de Participación descendió hasta 63.9% en octubre. En otras palabras, de cada cien colombianos en edad de trabajar, apenas sesenta y cuatro están dentro del mercado laboral. Más de 400 mil personas abandonaron la búsqueda de empleo en apenas un año. Muchos no se fueron por gusto. Se diluyeron entre el desaliento, la falta de oportunidades y la frustración acumulada.
Las estadísticas registran un aumento acelerado en el grupo de quienes supuestamente “no tienen interés en trabajar”. Una categoría que suena voluntaria, casi caprichosa, aunque en realidad funciona como una especie de velo estadístico que cubre la renuncia forzada. Personas que buscaron, insistieron y finalmente cedieron. La ironía es tan evidente que duele: los clasificamos como inactivos cuando en verdad son derrotados por el propio mercado.
Y este retroceso tiene rostro claro. La mayor parte del éxodo laboral la protagonizan mujeres. La participación masculina apenas se mueve, mientras la femenina cae como si algo hubiera roto su frágil equilibrio. Doscientas cincuenta mil mujeres adicionales aparecieron dedicadas de lleno a “oficios del hogar”. El país vuelve a empujarlas hacia el trabajo de cuidado no remunerado, un rol que parece repetirse con la tenacidad de una sombra antigua. Mientras tanto, la categoría equivalente para hombres disminuye. Un contraste tan elocuente como incómodo.
Lo poco que sí se crea en materia de empleo se concentra en la orilla informal y en la supervivencia económica. Cuenta propia de subsistencia, ocupaciones temporales, contratación efímera. Son trabajos que nacen con rapidez y se disuelven igual de rápido, tan frágiles como plantas que crecen en una terraza reseca. Existe actividad, sí, pero no progreso estructural.
El panorama se vuelve aún más complejo si uno mira el mapa. Bogotá y Medellín se acercan a niveles comparables con mercados laborales fuertes, mientras ciudades como Quibdó, Riohacha o Cúcuta cargan con tasas que superan con holgura el veinte por ciento. Un país no puede declararse exitoso cuando una parte de su geografía se hunde mientras otra asciende. Es un progreso tan desigual que ya parece un espejo roto.
Vale la pena decirlo sin rodeos. La caída del desempleo no responde a un estallido de dinamismo económico, sino a una retirada masiva de quienes ya no encuentran lugar en el mercado. Si Colombia quiere celebrar de verdad, necesita primero recuperar a quienes salieron. Esto implica sistemas de cuidado que permitan a las mujeres volver a trabajar, capacitación alineada con sectores productivos reales, transporte accesible y una ofensiva seria contra la informalidad. De lo contrario, el 8.2% quedará en la historia como un espejismo estadístico, un número brillante sostenido sobre una realidad que retrocede.